El mensaje que Juan Domingo Perón le expresó a la multitud obrera reunida en la Plaza de Mayo, en la noche de aquel histórico miércoles 17 de octubre, no pierde vigencia.

En su discurso, el líder de aquella incontable masa humana reclamaría por la unidad del movimiento sindical, por las mujeres y cerraría con una promesa: “Que los trabajadores sean un poquito más felices”.

Perón comenzó con la primicia de que había decidido dejar el uniforme del Ejército para ponerse “la casaca de civil”, para “mezclarme en esa masa sufriente y sudorosa”.

Antes, había “renunciado voluntariamente al más insigne honoral que puede aspirar un soldado: llevar las palmas y laureles de general de la Nación. Ello lo he hecho porque quiero seguir siendo el coronel Perón, y ponerme con este nombre al servicio integral del auténtico pueblo argentino”.

De esa manera, el hombre aspiraba a dar por concluido el ciclo de militares arribados al poder por las armas. Los trabajadores que lo escuchaban, dijo, eran la “verdadera civilidad del pueblo argentino” como protagonistas de una “verdadera fiesta de la democracia”.

La recuperación de la política por los civiles se hacía posible gracias al “renacimiento de una conciencia de trabajadores, que es lo único que puede hacer grande e inmortal a la Patria”, afirmó.

Los dramáticos sucesos de aquellos días fueron abordados en el discurso, pero desde el vínculo sentimental con la masa que los vivió con angustia antes que desde la referencia a los motivos políticos de la detención del coronel.

Perón reconoció que “ustedes han tenido los mismos dolores y los mismos pensamientos que mi pobre vieja querida habrá sentido en estos días”.

Desde la plaza una pregunta a coro subió al balcón de la Casa Rosada: “¿Dónde estuvo?”. Perón respondió: “Ante tanta insistencia, les pido que no me pregunten ni me recuerden lo que hoy ya he olvidado. Porque los hombres que no son capaces de olvidar, ni merecen ser queridos y respetados por sus semejantes”.

El olvido como antídoto del odio, como generosidad de espíritu que orienta la voluntad hacia lo positivo es, desde el origen del movimiento, uno de los más altos valores justicialistas. Otro es la unidad: “Dije que había llegado la hora del consejo, y recuerden trabajadores, únanse y sean más hermanos que nunca”, arengó el coronel.

Finalizado el discurso, Perón se tomó licencia de sus cargos, se casó con Eva Duarte y se dedicó a la primera campaña electoral de su vida, tras la cual, en febrero de 1946, logró el triunfo en los comicios presidenciales.