Por Roberto Di Sandro

Una de las epopeyas populares de imborrable huella en la historia política del país se recuerda este 17 de octubre porque hace 76 años un pueblo ansioso de poner el hombro para lograr su felicidad de la mano del crecimiento del país, le daba nombre a la jornada tras haber rescatado a su líder de sus poderosos adversarios internos y externos.

Nacía el Día de la Lealtad y por primera vez los trabajadores y otro amplio sector se convertían en el motor de paz y trabajo que supo liderar una figura visionaria elegida con los años tres veces Presidente de la Nación. Su nombre, Juan Domingo Perón.

Esta historia que viví desde el mismo origen, cuando faltaba poco tiempo para convertirme en reportero y empezar a seguirla hasta ahora, voy a contarla con lujo de detalles ya que estoy en plena vigencia en la tarea periodística de un puesto de privilegio: Decano de la prensa acreditada en la Casa de Gobierno.

Aquel 17 de Octubre de hace 76 años comienza en el Hospital Militar, donde se hallaba internado un coronel del Ejército Argentino, luego general, que había sido detenido, primero y luego enviado al nosocomio por un problema de neumonía. Era Perón, quien había ejercido la Vicepresidencia de la Nación y de inicio otro cargo: director de Relaciones de Trabajo, ambos por ofrecimiento del presidente de entonces, el general Edelmiro J. Farrell.

En días previos, lo había sacado de sus funciones ante la presión de otros generales que no querían saber nada con el coronel “del Pueblo”, como lo llamaron después a Perón.

Querían al líder

Los periodistas acreditados en las dependencias militares pudieron informar que una columna de trabajadores tomaba rumbos hacia el Hospital Militar donde estaba internado el coronel Peron.

Al grito de “Queremos a Perón”, habían comenzado a movilizarse en todo el país y, por supuesto, en el Gran Buenos Aires y en la Capital Federal multitudes de obreros que abandonando sus tareas se trasladaban a la Plaza de Mayo.

Algunos puentes que unían la provincia con la Capital habían sido levantados a las diez de la mañana. Pero eso no fue impedimento. Cruzaban a través de caminos laterales y superaban cualquier obstáculo que se le ponía a su paso. El que escribe, estudiante del Colegio Nacional Roca, junto a un núcleo de cuatro compañeros logró tomar un camión que pasaba por la puerta del establecimiento, allí en Amenábar, entre La Pampa y Sucre, y sin pensarlo más acudió a la Plaza Histórica.

Entre los viajeros se encontraba Humberto Asís, un periodista de la Agencia Télam, donde tiempo más tarde este servidor dio los primeros pasos como reportero.

Asís, que trabajaba en una empresa comercial en medio de los apretujones y saltos del camión, peronista hasta la médula ya, solo decía: “Hay que apoyar al coronel porque es el único que entiende a los trabajadores y nos va a aliviar la vida de aquí en adelante”. Tenía razón, porque una vez consagrado Presidente, Perón se dedicó a darle al pueblo un trabajo seguro y la producción que necesitaba la Nación.

Gran tensión previa

Llegar a la Plaza de Mayo en el camión fue imposible. Se paró a diez cuadras, por el lado de Paseo Colón y de allí el grupo comenzó a caminar hacia la Casa Rosada. Por el lado de atrás del edificio gubernamental ingresamos hacia la esquina del Banco de la Nación.

Otro grupo se dispersó y tomó calles laterales para arribar con mayor prontitud. Escribirlo es una cosa y vivirlo es otra. A las ocho de la noche la plaza estaba llena. Era impresionante la multitud. La gente se sacó los zapatos ,metió “las patas” en las fuentes, como señalaban después algunos “recuadros” periodísticos.

En el interior de la Casa de Gobierno, un grupo de generales con el presidente Edelmiro J. Farrell, discutía si se traía a Perón o no. Un general, Avalos, enemigo acérrimo del coronel, refería que de ninguna manera debía “aparecer otra vez ese dictador”, mientras otros opinaban de otra manera pero muy pocos eran partidarios de traer a la Casa Rosada al líder. Le seguían diciendo “coronel” pero ya era general.

La tapa del suplemento por el 17 de octubre de este domingo en Crónica

Perón continuaba en el Hospital Militar. Afuera la gente gritaba sin parar su presencia en la plaza. En un momento dado un periodista, Juan Embrogno del “Avisador Mercantil”, junto a otros colegas se acercó al Presidente y sin hesitar le sugirió, con voz templada: “Señor Presidente le sugerimos que lo traiga al general Perón porque si no, son capaces de tirar la casa abajo”.

El mandatario lo miró, se dio vuelta y volvió hacia donde estaban todos reunidos. “Vamos a ir a buscarlo”. casi ordenó. En las afueras de Balcarce 50, la gente casi tocaba las paredes rosadas. No entraba más ni un alfiler. El grito de “Perón, Perón”, a medida que pasaban los minutos y no se advertía ningún movimiento en los balcones se hacía más potente.

Habla Perón a la plaza

Ya a las 22.30 la gente no aguantaba más. Quería la respuesta que buscaba con su presencia en el lugar. No había ningún detalle. De pronto una pequeña alternativa dio motivo a comentario en el breve espacio en que nos encontrábamos parados.

Alguien escuchó cerca de la explanada que un grupo de operarios acababa de instalarse en la terraza de la Casa de Gobierno y en los altos del Banco de la Nación para colocar un cable tendiente a unir sectores eléctricos para emitir un mensaje dentro de algunos minutos.

Casi al mismo tiempo llegó la noticia de que fueron a buscar a Peron y de que “ya está llegando aquí”. Vítores y más vítores al nombre del gran líder y, sin ningún incidente, comenzaron a aplaudir la anunciada presencia del líder de los trabajadores. Me contaron tiempo más tarde que Farrell logró que los generales aceptaran el ingreso de Perón, por temor a algún hecho violencia hacia los interiores de la Casa Rosada.

Después de los conciliábulos con el ex detenido y un amplio diálogo sobre lo que iba a suceder a partir de entonces, Perón insinuó que ya había concluido la reunión y debía volver al Hospital Militar. Farrell lo miró y le dijo, casi ordenó: “usted se queda tiene que hablar”. Sorprendido aceptó.

Antes, en medio de un diálogo sumamente tenso con los generales que no lo querían, Perón le dio al Presidente una sugerencia: “General para terminar con todos estos problemas en el gobierno y aliviar la situación imperante, debe llamar a elecciones”. Farrell lo miró y le respondió (no son palabras textuales, pero tienen el mismo sentido): “Mire, ahora vaya y hable así se van, porque lo están esperando”.

Peron se tomó unos minutos, tomó un vaso de agua y, cuando eran las 23.30, en medio de un estallido que hizo temblar la estructura del edificio, salió al balcón de la Rosada. El discurso fue interrumpido en numerosas oportunidades por la multitud y tras consideraciones que se conocen, terminó exultante con una frase que aún hoy resuenan en el corazón de los trabajadores argentinos: “Trabajadores Únanse”.

Los generales se fueron. Peron quedó un rato más con Farrell y al año siguiente fue elegido Presidente de la República en una elección disputada, clara y limpia, triunfando contra un amplio grupo de partidos políticos que se unieron en la Unión Democrática, a la cual colaboró en armar un conspicuo enemigo no solo de Perón sino de la Argentina. Era Spruille Braden, embajador de los Estados Unidos en nuestro país.

Hoy la figura de Juan Domingo Peron, sigue siendo mencionada cuando surgen polémicas y expectativas en el concierto social del país y de allí, aun cuando no lo digan, incluso sus detractores le reconocen sus condiciones de líder político y de estadista, claramente por encima de quienes lo sucedieron en el poder, a los cuales he podido conocer y tratar en todos mis años como acreditado.

Me siento emocionado porque a través de Crónica puedo escribir todos los años la conmemoración de un hecho histórico y de un proceso político que vi desde que se inició. Llevo haciendo eso ya 76 años y hoy vuelvo a reflejarlo en plena vigencia de la profesión, gracias a Dios.

Por R.D.S.