La tarea de poder darle a personas con capacidades diferentes una oportunidad para demostrar lo que pueden hacer sin pensar en las limitaciones que tienen enfrente es un lema que tomaron como propio Marcelo Deluca y Silvia Lorenzo, quienes forman parte del Centro de Actividades Educativas Camino (CAEC).  Se trata de una asociación civil perteneciente a la localidad bonaerense de Vicente López, en donde niños, adolescentes y adultos con distintos tipos de discapacidad mental asisten para realizar actividades recreativas y deportivas

Deluca, director y fundador hace 30 años del CAEC cuenta en diálogo con Crónica que este lugar tiene como objetivo “brindar un espacio en donde personas que tienen alguna discapacidad mental encuentran un lugar donde pueden socializar con otras personas

Acá hacen deporte, pueden aprender a hacer una huerta y llevar adelante tareas solidarias. Hacemos énfasis en los vínculos, que hallen un ámbito de encuentro”, destacó el director de este lugar. 

Entre las 137 personas con alguna discapacidad mental que asisten al centro, se encuentra Maximiliano (30 años), hijo de Silvia Lorenzo, quien dedica sus días a realizar tareas comunitarias junto a los trabajadores del CAEC y se encarga de dar difusión a las tareas que se realizan allí. 

Silvia siente una gran alegría al ayudar.

Desafíos como el de escalar una montaña, recorrer el país ayudando escuelas, visitar comedores de distintos lugares y conseguir donaciones, son algunas de las funciones que cumple este centro, el cual según define Silvia busca posibilitar “que los chicos que vienen puedan luego tener herramientas para insertarse en la sociedad”. 

Vocación solidaria 

Desde su adolescencia, a Marcelo le generó gran inquietud los problemas sociales, algo que lo empujó a irse con tan solo 15 años de la ciudad de Buenos Aires a Salta para comenzar a desempeñarse en tareas sociales, algo que repetiría después a los 18 años de edad, cuando decidió instalarse en la provincia de Jujuy y “acercarse a los sitios más carenciados”. 

“Lo que siempre me movió fueron las diferencias sociales, por lo que siendo bastante chico hice estos viajes. Después, una vez que volví a Buenos Aires, empecé a trabajar en algunas villas de barrios como Bajo Flores, en donde comencé a ayudar en comedores a chicos, y también en particular a chicos con capacidades diferentes”, expresó. 

Frente a esta situación, Marcelo hace hincapié en que comenzó en él una “búsqueda por intentar ver la posibilidad” de brindarle a personas con discapacidad mental algo más que la ayuda de darles un plato de comida. En especial, su deseo pasaba por poder “construir un espacio de socialización para ellos”. 

“Andando de acá para allá encontré en el club Obras Públicas de Vicente López un lugar para comenzar 30 años atrás con este proyecto. Les comenté sobre lo que quería hacer y me dieron un espacio físico para que pudiéramos hacer nuestras actividades”, resalta Marcelo. 

. Marcelo comenzó con la asociación civil hace 30 años.

Esa “obsesión” por querer llevar a cabo este proyecto hizo que tomara la decisión de “estudiar la carrera de Psicología y el profesorado de Educación Física” con el propósito de poder aplicar sus conocimientos en el centro al cual comenzaba a darle forma. 

Fue de esta manera que decidió junto con su grupo de trabajo institucionalizar el lugar y construir una sede en una parte del predio que tiene el club Obras Públicas, ya como una asociación civil constituida, unos 14 años atrás

“Tengo una esposa y cuatro hijos que siempre me han acompañado. Mi hija más grande es psicomotricista y se desempeña acá en el CAEC, al igual que otro de mis hijos, que es contador y lleva adelante las cuentas del centro”, resalta Marcelo. 

Tareas del CAEC 

El Centro de Actividades Educativas Camino cuenta en total con un grupo de 39 trabajadores, compuesto por acompañantes terapéuticos, maestras especiales, terapistas ocupacionales, psicólogos, profesores de educación física y estudiantes de estas carreras como voluntarios. 

Las actividades que estos profesionales ayudan a realizar a las personas que asisten al CAEC va desde actividades artísticas, como pinturas, murales, baile y yoga; hasta deportes como atletismo, fútbol, vóley, básquet y golf

Por otra parte, se desempeñan algunos en la cosecha de una huerta, y otros trabajan con colmenas para aprender a extraer miel, cuya extracción luego utilizan para realizar donaciones a otras instituciones. 

“A través de un psicólogo o profesional se recomienda al chico asistir a este lugar y nosotros los recibimos. Primero tenemos una entrevista con sus familias y vemos con que actividad tiene más afinidad la persona. Analizamos cuál es su perfil y lo sumamos a un grupo con las misma características”, describe Marcelo. 

En ese sentido, Marcelo enfatiza que “el objetivo es pensar en las capacidades que tiene una persona con una discapacidad mental y potenciarlas”, a través de la “socialización y también de realizar tareas solidarias”. 

Una de ellas es la de visitar comedores, en donde según comenta Marcelo, van con las personas con discapacidad mental a “ayudar a limpiar y a mostrarles como cosechar, plantando árboles y enseñándoles como generar alimentos”. 

Lugar en el mundo 

Sin embargo, las actividades no terminan allí para ellos, ya que tienen también “viajes a través del interior del país y excusiones por distintos lugares”. 

 “Escalaron el Cordón del Plata en Mendoza, cruzaron la cordillera de Los Andes y también anduvieron por zonas más cercanas, como Sierra de la Ventana”, puntualiza en diálogo con este diario Silvia Lorenzo

Para poner en palabras lo que representó esta experiencia para los chicos y adultos que visitaron estos sitios, Silvia puso el ejemplo de su hijo Maxi, quien fue parte de estas excursiones

“Cuando volvieron de una las excursiones él vino y me señaló con la mano que escaló. Y tanto para mi hijo como para el resto no importaba hasta donde llegaron y si se pudieron acercar a lo más alto o no. El hecho de poder hacerlo, el sentir que pueden y sentirse incluidos, es lo que vale para ellos”, destaca. 

Cuando Maxi tenía 16 años, Silvia lo llevó por recomendación del psicólogo de su hijo al CAEC, en donde según explica “en un principio empezó a ir una vez por semana, luego dos, y después todos los días de la semana, ya que el lugar permanece abierto de lunes a sábados”. 

“Se integró enseguida. Encontró acá su lugar en el mundo y lo ayudó a ser más independiente. Aprendió a viajar solo y a valerse por sí mismo. Hizo sus amigos y hasta el día de hoy sigue viniendo”, apunta la mujer. 

Con colectas de donaciones que ella se encarga de intentar conseguir de empresas para ayudar a comedores, Silvia dedica sus días a ayudar a otras personas junto a las personas del centro. 

Con grupos que asisten en burbujas hasta tres veces por semana al CAEC por la pandemia, después de estar un año sin poder ir de forma presencial durante 2020, Silvia subraya por otro lado el “espíritu” de los que hacen, y que ver a su hijo y al resto de las personas que van al centro felices les “llena el alma”.