Fernando Báez Sosa, el asesinato que conmocionó al país
Se cumplió un año del crimen en Villa Gesell. Los sueños de este joven que dejó su vida por la acción de rugbiers asesinos.
Por Gabriel Tuñez
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Fernando Báez Sosa, como todos, tenía sueños. Quería tener una pareja, una familia, amistades, unión y felicidad. Quería viajar, amar, brillar y servir. También sostener sus valores centrales: amistad, independencia, placer, relaciones valiosas y el tiempo libre al servicio de las personas.
"Creo que dentro de diez años voy a estar haciendo lo que me gusta y disfrutando mi vida", escribió en una carta que guardó en una caja con otras cosas personales. Tenía 18 años y una novia. Se había anotado en la Universidad de Buenos Aires para estudiar Derecho. Empezaría a la vuelta de sus vacaciones en Villa Gesell junto a sus amigos.
El 18 de enero de 2020, hace hoy un año, Fernando fue atacado a la salida de un boliche por un grupo de jugadores de rugby del club Náutico Arsenal de Zárate, en el norte bonaerense. Los amigos de Fernando y los rugbiers, según las versiones, habían discutido dentro del boliche Le Brique, ubicado sobre la céntrica avenida 3 de Gesell.
Los dos grupos fueron expulsados del local. Algunos se dispersaron, pero los rugbiers vieron a Báez Sosa solo, a pocos metros, y decidieron atacarlo. "A ver si volvés a pegar, negro de mierda", le dijo uno. Fernando, desprevenido, no atinó a defenderse. Lo atacaron a trompadas y patadas en todo el cuerpo, especialmente en el rostro y la cabeza.
"A este me lo voy a llevar de trofeo", gritó uno de los rugbiers. Algunas personas que caminaban por ahí quisieron parar la agresión, pero fueron amenazados por los atacantes. Todo fue filmado desde distintos ángulos. Una de las grabaciones marca las 4.44.
La brutal golpiza le provocó a Fernando un traumatismo grave de cráneo y otras lesiones corporales internas y externas. "A ver si podés levantarte, negro", lo desafío uno de los rugbiers cuando Fernando estaba inconsciente. Un policía y un turista le hicieron maniobras de reanimación.
Llegó la ambulancia y lo llevó al Hospital Arturo Illia, de Gesell, donde finalmente falleció a causa de un paro cardíaco provocado por la agresión. "No se cuenta nada de esto a nadie", escribió uno de los rugbiers, estableciendo un pacto de silencio entre todos, en el grupo de WhatsApp minutos después de matar a Báez Sosa.
"Lo recagamos a palos mal", agregó otro. Un tercero volvió a la escena del crimen y contó al resto: "Están todos ahí a los gritos, está la policía, llamaron a la ambulancia... caducó". A partir de la información que dieron los testigos, la policía de Villa Gesell y Pinamar detuvo a diez rugbiers en una casa que alquilaban a dos cuadras del boliche.
Después de varias semanas de investigación y recolección de pruebas, algunas de ellas surgidas de los teléfonos de los jóvenes, que en ese momento tenían entre 19 y 21 años, la fiscal Verónica Zamboni imputó a ocho de los atacantes por el delito de "homicidio agravado por alevosía y por el concurso premeditado de dos o más personas".
Desde ese momento están detenidos en el penal de Melchor Romero, en La Plata, y serán juzgados. Ellos son Máximo Thomsen, Ciro, Luciano y Lucas Pertossi, Enzo Comelli, Matías Benicelli, Blas Cinalli y Ayrton Viollaz. Otros dos rugbiers, Juan Pedro Guarino y Alejo Milanesi, fueron sobreseídos.
Fernando era el único hijo de Silvino Báez, encargado de un edificio, y Graciela Sosa, cuidadora de ancianos; ambos son inmigrantes paraguayos. Había estudiado la escuela secundaria en el Colegio Marianista, del barrio de Caballito, gracias a una beca que obtuvo; sus padres no tenían el dinero suficiente para pagar la cuota.
Acaso por eso, entre otras cosas, tenía la ilusión de devolverles esa ayuda a sus padres, como escribió en la misma carta