La lección de Chiche
Columna de opinión de Facundo Pedrini, director de Crónica HD.
“Yo, Samuel Gelblung dejo sentado que viajar a la zona de guerra entre Rusia y Ucrania, es una decisión voluntaria, realizo el viaje bajo mi exclusiva responsabilidad, conozco los riesgos”.
Chiche firma una declaración de responsabilidad y se sube a un avión con 15 mil dólares en el bolsillo, abrigo polar, un par de tiradores, un coctel de pastillas para la presión, algunos trucos para pasar la frontera y varias guerras en el corazón.
La distancia entre él y la muerte se mide en ideas.
El riesgo no vive solo en lo que puede pasar, también existe por lo que persigue y para que lo persiga.
Viaja a la frontera de Polonia a contar la guerra desde el lugar que su papá sufrió a los nazis.
El conflicto de Europa del Este atraviesa su historia, tal vez por eso pagó la mitad de todos los gastos: Chiche no solo es un elogio del peligro, también es una provocación generacional; la revancha de los viejos de la guerra del cerdo: cubre todo mejor que los jóvenes y vive en las palabras de Francisco: “No hay que tirar ni al pobre, ni al inmigrante, ni al refugiado ni a los viejos”.
Descartar es perder.
El hombre que unió a la Cancillería Argentina con todos los memes del mundo, hizo que el horror de la guerra se deslice a su intemperie personal.
“Que no bombardeen Kiev y que no toquen a Chiche”
La redacción de Crónica TV se inundó de mensajes y llamados para averiguar cómo estaba:
¿Tiene frio?, ¿está comiendo todos los días?, ¿es cierto que lo confundieron con un refugiado y le dieron guiso?, ¿está tomando medicación? ¡Hablen despacio que desde allá no va a escuchar nada!
Chiche es algo que la sociedad pide: la seguridad que dan los viejos.
Recordar para que no explote la bomba.
“Hace frio, traigan historias”.
Chiche es una certeza.
La previsibilidad que la Argentina perdió: un país que imagina futuro con agenda joven pero que busca salvarse con lideres que tienen más de 60 años (Francisco, Cristina, Macri, las madres de Plaza de Mayo).
Tercera guerra mundial. Tercera edad.
Lo que decidió contar será para siempre desde dónde eligió pelear, y un toque de queda a la lógica de los medios: demuestra que periodista no solo se nace, también se muere.