Tiene una discapacidad cerebral y se recibió de médico: la emocionante historia de lucha de un joven marplatense
Wenceslao Moreno tiene 24 años y está haciendo su residencia en clínica médica. Después de pasar por decenas de profesionales, la empatía es su sello a la hora de atender a sus pacientes.
Parece una historia de superación más, pero no lo es. Wenceslao Moreno tiene 24 años y se recibió de médico en la Facultad de Medicina de la UNR con mucho, mucho esfuerzo. Nació con una parálisis cerebral y uno de los carteles que le hicieron para su recibida recita una frase clave: “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”.
La graduación de Wenchy, como lo llaman todos, no es solo una alegría personal, sino totalmente colectiva. De su familia, de sus amigos y de cualquier persona que crea en un limitante para plantearse objetivos. Eso representa, y lo sabe.
Más allá de su patología, el joven siempre supo que quería estudiar. Nacido en Mar del Plata, a los once años se fue a Rosario y cursó todos sus estudios hasta recibirse en 2020 de médico, con un promedio de 7,50. Pasó gran parte de su vida entre médicos, chequeos y exámenes.
Antes de cumplir su primer año se internó en el Fleni de Buenos Aires, donde atravesó diversos tratamientos y fue atendido por médicos especializados en neurología infantil, kinesiología, fonoaudiología, psicología, terapia ocupacional e incluso equinoterapia.
Cuando tenía ocho años, debió ser sometido a una operación de caderas que lo obligó a reaprender a caminar. No solo lo logró, sino que en un largo proceso donde el deporte fue su gran aliado, logró hacer todo tipo de movimientos: es cinturón negro de Taekwondo.
En sus propias palabras, prácticamente se crió en el Fleni y en diversos otros hospitales para afrontar todos los tratamientos a los que debió ser sometido. De todas maneras, asegura que no recuerda haber dicho nunca que quería ser médico. Y rememoró: “Lo que me llevó a elegir la profesión fue que un día uno de mis mejores amigos, a mitad de quinto año de la secundaria, me contó que quería estudiar Medicina. Ahí se me puso en la cabeza y dije que quería estudiar para ser neurólogo, y lo mantuve toda la carrera hasta el día de hoy”.
Luego de recibirse, Wenceslao debía elegir una especialización para realizar su residencia. Eligió neurología clínica. Tras prepararse arduamente rindió en Buenos Aires, pero no ingresó: de 33 vacantes, quedó en el número 35.
Posteriormente, se presentó en el examen en el Hospital Privado de la Comunidad de Mar del Plata, también para neurología y, de nuevo, quedó afuera por muy poco. Pero nada estaba perdido, torció el rumbo y pudo entrar a clínica médica en esa misma institución, residencia que está cursando actualmente, radicado otra vez en Mar del Plata. De todas formas, su tenacidad lo ayuda a asegurar: “Cuando termine clínica médica voy a hacer neurología”.
A lo largo de toda su cursada universitaria, el joven debió sortear varias dificultades por el reflejo de su parálisis cerebral en su motricidad: debido a ello, realiza movimientos involuntarios en los miembros superiores. Por este motivo, nunca pudo tomar apuntes de las clases, sino que resaltaba los libros: “Me quedaba sólo subrayar los libros y no poder resumir o anotar lo que el profesor dice en una clase a veces te juega en contra”, contó.
Cursando el tercer año de la carrera, empezó a tener que enfrentarse con otras dificultades que tenían que ver directamente con el contacto directo con los pacientes: "Por mi patología, los movimientos involuntarios que tengo exigen un entrenamiento que para que el movimiento salga fluido lo tengo que hacer varias veces más que el resto. Esto afecta todo lo relacionado con la motricidad fina, y por eso en su momento yo tenía el concepto de que todo paciente al que uno lo iba a revisar, al no conocerme, me podía llegar a juzgar”, recordó. Y agregó: Además, aparecía el miedo a lastimarlo, por ejemplo, si tiemblo cuando le estoy tocando la panza cuando le duele. Después de tanto esfuerzo me planteaba si iba a poder o no".
Su persistencia e ímpetu lo llevan siempre a darlo todo y a intentarlo una y otra vez: “Esos miedos de la praxis se vencen probando y también nunca bajando los brazos. Si no salió una vez, probar de vuelta. Más de una vez me he chocado contra la pared. Pero siempre fui medio terco de querer seguir probando. El no puedo no existe”, afirmó, como modo de vida.
El humor para derribar barreras
Está claro: no hay ningún tipo de obligación en reírse de las situaciones difíciles de la vida. Hay cierta premisa que nos indica que esa es la manera correcta o sana de atravesarlas. No es así. Más bien es una herramienta a disposición que cada persona puede tomar o no, entre diversas otras posibilidades de atravesar los avatares de la vida.
En ese sentido, a Wenceslao el humor le sirvió. Como una forma de desdramatizar su patología, de hacer más llevaderos los procesos y de quitarle el peso que podía llegar a tener sobre su vida, poniendo en su lugar otras cuestiones.
“Reírme de mí mismo es algo que ayuda a romper el hielo, se puede hablar del tema con total libertad. Se puede reír uno de cuando tira el mate o tiene un accidente y no hay tensión en el medio, sino que hay algo libre y quizás hasta gracioso y eso me ayuda un montón”, sostuvo.
Además, se refirió a cómo haber sido ‘paciente’ durante toda su vida, lo ayuda ahora a empatizar con quienes ahora son sus pacientes: “Me ayuda mucho a la hora de estar con mis pacientes, y es algo que han destacado mucho. Yo sé lo que es estar acostado en una cama sin saber bien qué te van a hacer o que te va a pasar, ponerte en el lugar de la gente es clave”, destacó.