Por Matías Resano.

Hacen el trabajo invisible pero esencial. Sin su inmensa labor, el diario Crónica no llegaría a las manos de centenares de miles de lectores, ni estaría en las mesas de desayuno, ni viajaría en el tren o en el colectivo. Para dicho fin inician su jornada laboral en horarios que transitan a contramano del resto, y a pesar del esfuerzo que ello requiere, lo hacen y lo volverían hacer, porque ser canillitas es su gran pasión, dado que, como ellos mismos lo reconocen, "cuando la tinta se te mete, no te la saca nadie".

Dicen que al que madruga Dios lo ayuda, pero en este caso los que colaboran son ellos mismos para fortalecer día a día esa estrecha relación entre Crónica y sus lectores. Ellos saben mucho de fríos y de calores, así como de amanecer en las primeras horas del día, o de recién dormir tras concluir sus jornadas laborales. Pasan más horas en el puesto de diarios que en sus hogares, e incluso conocen a la perfección los gustos de lectura de cada uno de sus clientes.

Les tienen preparado el diario a aquellos que son fanáticos del fútbol, si el equipo de sus
amores ganó el partido del día anterior, o a una hora tal para aquel que emprende marcha al
trabajo en transporte público. Una larga tradición, muchas veces heredada y otras tanto no.

Tal es el caso de Alejandro, dueño de un kiosco de diarios situado en el cruce de Guido y Mitre, a pocas cuadras de la peatonal de Quilmes. El mismo lo tiene a su cargo desde hace
cuatro años, y como sucede en cada puesto, el canillita reconoce que su espacio es punto de encuentro de los lectores, los más habituales, principalmente adultos mayores, dado que "les gusta el diario papel, estar en contacto con el ejemplar, y hasta algunos lo leen acá".

Sin embargo, comenzó su periplo en el mundo gráfico a través de la cooperativa Pirincho, que
realizaba la distribución de los diarios. En referencia a aquellos inicios, Alejandro rememoró que “yo trabajaba en un taller, ubicado a la vuelta de la distribuidora. Entonces un día pasé y pregunté, por preguntar, si estaban buscando gente, y arranqué esa misma tarde”.

Una función laboral que desarrolla hace treinta años, y mediante la cual conoció personalmente a Crónica, al concurrir al depósito de entrega de ejemplares y suplementos, tanto por la avenida Paseo Colón como por la calle Azopardo, a pocos metros de donde hoy se asienta nuestra redacción. En este sentido, el canillita reveló que "había
muchísimo trabajo. Primero hacíamos las revistas y luego los diarios. Entrábamos a las 19, a  veces a las 23, hasta las 6 o 7 del otro día”
.

En esa rutina, el kiosquero recordó que “iba a cargar por Paseo Colón, los jueves, cuando retiraba los suple del domingo. Luego daba la vuelta y estaba el otro camión retirando la quinta y la sexta. Me acuerdo que chusmeaba las tapas porque los títulos me llamaban la atención".

Pero no sólo a él, sino también a los clientes que esperaban la carga de Crónica a las 3, a pesar de que el puesto estuviese cerrado. Una escena que advertía en sus trayectos, que realizaba con una remera con la inscripción Crónica, que le había obsequiado uno de los encargados del sector de distribución de este diario, la cual le gustaba lucir.

Un punto de partida que lo marcó a fuego, y lo que empezó siendo un trabajo por necesidad se convirtió en una razón de vida. Un desenlace que le anticipó uno de sus superiores, Oscar Gervasio, quien “me dijo: ‘Pibe, vos sos joven, ¿qué haces acá? Mirá que cuando se te mete la tinta en la sangre no te la saca na- die'. A mí me pasó".

Una anécdota que es un fiel reflejo de la vocación del canillita, cuya labor es esencial para que Crónica siga estando “Firme junto al pueblo”. Por eso, en sus 60 años, ellos también son parte, y merecen un sentido homenaje, y un gracias.

Por M.R.