En Argentina, las primeras horas del 1872 llegaron bañadas en sangre. Lo que comenzó como una noche de celebración, con las tempranas generaciones de argentinos dejando atrás un año adverso, terminó siendo una de las tragedias más recordadas en la historia del país, una historia que hasta hace pocos años obligaba a los habitantes de Tandil a persignarse cada vez que se mencionaba su nombre.

Todo comenzó la noche del 31 de diciembre de 1871. Lejos de celebrar un nuevo año, el país solo rogaba que se termine el que había sido plagado por su propia epidemia: la fiebre amarilla que golpeó a Latinoamérica había dejado a Buenos Aires convertida en un cementerio. El tumultuoso clima oscurecía la noche, pero para un curandero vagante ofrecía una macabra oportunidad.

Gerónimo Solané era boliviano, chileno o tal vez de la provincia de Buenos Aires. El viajero era habilidoso en la medicina, y mientras sus prácticas lo habían enfrentado con la ley en varias ocasiones, su reputación le ganó una estancia en Tandil. El curandero llegó como invitado de un Ramón Rufo Gómez, estanciero que buscaba curar los recurrentes dolores de cabeza de su mujer.

El curandero, un hombre cincuentón, alto, canoso, de barba blanca y larga, y mirada intimidadora, se ganó la confianza del patrón e instaló su "consultorio médico" en la estancia La Argentina. Lo que el estanciero no había previsto es que ese pequeño consultorio pronto se convertiría en una iglesia, donde Solané predicaba un discurso xenofóbico a sus apóstoles bajo el apodo de "Tata Dios".

Gerónimo Solané, autoproclamado médico enviado por Dios, rodeado por sus apóstoles.

Para Solané, la reciente oleada de inmigrantes provenientes de Europa y los países Vascos eran la causa de los males que castigaron al país el pasado año, y el gaucho brujo no tuvo reparos en así predicarlo a sus seguidores. El mensaje del Tata Dios no tardó en crecer en Tandil: el pueblo enclavado entre las sierras se había convertido en la cuna de un gran número de inmigrantes; y los criollos, con un discurso dolorosamente familiar, acusaron a los recién llegados de quitarles la felicidad y el trabajo.

Los últimos días de 1871, Tata Dios reunió a varias decenas de paisanos criollos en las sierras cercanas a la ciudad. "Muchachos, llegó el día del Juicio Final y un diluvio acabará hundiendo a Tandil. Nacerá un nuevo pueblo lleno de felicidad y solo para argentinos". Pronto, bajo la promesa de un lugar para sus almas en el nuevo reino de justicia y paz, Solané contaba con un pequeño ejército que clamaba "¡Viva la religión, mueran los gringos y masones!". Sonaron las doce, y pronto corrió sangre por las calles de Tandil.

36 muertos

Las calles de Tandil conmemoran la matanza del Tata Dios. (Artista: Jessica Ferraiuolo)

Santiago Imberti había llegado de Italia al nuevo mundo, y había sentado cabeza en Tandil. El artista entretenía a los 5 mil habitantes del pequeño pueblo bonaerense con su organillo, el mismo que arrastraba con sigo cuando los apóstoles de Tata Dios lo emboscaron en la plaza. Con los sables robados del juzgado de Paz y liderados por la mano derecha de Solané, Jacinto Pérez, los gauchos lo degollaron y dieron inicio a su masacre.

Vascos, ingleses, italianos, adultos y niños formaron un río rojo en las calles de tierra. Tras cada crimen, los asesinos se arengaban: "Viva la Patria", "Viva la religión", "Mueran los masones" y "Maten, siendo gringos y vascos". El asalto cobró la vida de 36 víctimas, entre ellas una niña de cinco años y un bebé de solo meses, con sus gargantas abiertas.

La prensa nacional se hizo eco de la tragedia en Tandil.

Los vecinos de Tandil se levantaron, el primer día de un año nuevo, al sonido de la comisión militar que cazaba a los asesinos. El enfrentamiento terminó con una docena de gauchos muertos. Entre ellos Pérez y otros tantos fueron detenidos. Algunos lograron escapar. Para entonces, otra partida había ido a la Estancia La Argentina y habían capturado a "Tata Dios", quien no había acompañado a sus apóstoles y siempre juró ser inocente de los trágicos sucesos.

Se sospecha que la tragedia podría haber sido mucho mayor, con rumores de un ataque coordinado en ciudades como Azul, Tapalqué, Bolívar y Rauch, habitadas por seguidores de Solané. Por su parte, el gaucho fue asesinado a balazos cuando se encontraba en los calabozos del juzgado cuatro días después de la masacre, un crimen que nunca se esclareció.

Tras un rápido proceso judicial se condenó a 3 de los capturados, quienes fueron fusilados en la plaza de Tandil frente a 800 personas. 11 de los apóstoles fueron condenados a prisión, y los 15 restantes fueron puestos en libertad. La prensa nacional criticó la falta de policías en el interior bonaerense. La historia de la masacre de Tandil aún se recuerda, su nombre a veces seguido por la señal de la cruz, en respeto o vergüenza, tal vez ambas.