La pandemia de coronavirus en nuestro país no sólo trajo víctimas fatales y afectados de todas la edades, sino también trastornos funcionales de diversas franjas etarias, pero una de las más vulnerables ha sido la del niños, ya que según la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP), los casos aumentaron de una manera considerable.

El organismo sanitario sostuvo que algunas de las manifestaciones sufridas por los menores fueron dolor abdominal recurrente, cefaleas, dolor en miembros inferiores y en la zona del tórax, que si bien no tienen un origen orgánico específico, viene y van como respuesta del organismo ante las situaciones crónicas de estrés que atravesaron los chicos durante estos últimos meses.

Dolor que causa el propio estrés

Con relación a este tema, el doctor Juan Pablo Mouesca (M.N. 88.694 y médico pediatra y miembro de la SAP), relató que “cuando las situaciones de estrés no pueden ser verbalizadas suelen expresarse con síntomas como dolor, sin una lesión orgánica demostrable. A esto se le llama ‘síntomas funcionales’. Cuando son intensos y afectan la actividad diaria (como comer, dormir, jugar o aprender) se convierten en trastornos y suelen motivar la consulta médica. Algunas familias presentan una mayor tendencia a tener síntomas funcionales”.

Cabe destacar, que entre los cambios profundos en nuestra vida cotidiana, se encuentran la pérdida de las rutinas habituales, la escolaridad desde el hogar, la restricción de los encuentros presenciales, personas adultas sobrecargadas de tareas o preocupaciones, la intensidad de la virtualidad y el encuentro cercano con los contagios por Covid-19, y esto les adjudica un rol protagónico en el impacto del estado emocional que sufren los niños.

Además, en toda familia aparecen problemas como el desempleo, duelos por fallecidos del Coronavirus, dudas, falta de contacto con amigos y allegados, entre otros puntos que dañan la parte emocional de un menor, ya que tienen menos capacidad de adaptación a estos inconvenientes de los “adultos” y lo sufren como tales.

“Paralelamente, los cuidadores presentan menos capacidad de contención para los niños, y estos tienen menos lugares donde ser contenidos: las escuelas, los centros de primera infancia, clubes y lugares religiosos no se encuentran disponibles para el encuentro o lo hacen de manera reducida”, agregó Mouesca.

¿Cómo se realiza el diagnóstico?

Cabe destacar, que para realizar un diagnóstico de trastorno funcional se requiere de una adecuada evaluación de la historia clínica ampliada del niño, un buen examen físico, recabar datos semiológicos y búsqueda de signos de alarma.

Esto orientará al pediatra en el diagnóstico de una enfermedad orgánica o un trastorno funcional o de ambas condiciones. Desde la Sociedad Argentina de Pediatría recomiendan a los padres y allegados acompañar y sostener al niño, además de visitar a un pediatra de confianza, el cual puede aconsejar hablar sobre los emociones, promover el juego, actividades físicas y recreativas, entre otras.

Problemas en la familia

Un punto que no se debe dejar de entender es que los conflictos intrafamiliares y de la familia ampliada, así como las dificultades en el aprendizaje y conflictos en las relaciones con sus pares, están implicados en esta temática y son los desencadenantes de los trastornos funcionales en los menores. En otros, se puede detectar maltrato infantil, violencia de género de la cual los niños son testigos y abuso sexual, y éstas situaciones aumentaron en la época de pandemia y las quejas somáticas son una forma de presentación frecuente ante los especialistas.

El riesgo de no abordar cuáles pueden ser las causas que llevan a estos trastornos, profundizará los malestares y padecimientos, alterando la calidad de vida, los vínculos, la escolaridad y las relaciones del niño con su familia.