Por Marco Bustamante

El 16 de octubre de 1992, en Victoria, provincia de Entre Ríos, ocurre uno de los casos más significativos de la ufología argentina. El testigo y protagonista fue Modesto Colman, conocido por el apodo de “Cota”; un ganadero de la zona, que se dedicaba a las tareas rurales y al cuidado de un campo aledaño a su chacra, cuyo dueño era un carnicero de apellido Spindola.

Esa noche Colman se da cuenta que se  olvidó de cerrar el molino de viento ubicado en el campo que cuidaba, y a eso de las 22:30, caminó por la loma que llevaba a la estructura acompañado por su perro. Con toda la inmensidad de la laguna ante sus ojos, aprovechó  la oportunidad para ver si lo que decía la gente sobre los ovnis era cierto, ya que no creía absolutamente nada. 

La investigadora Silvia Perez Simondini cuenta que “de pronto se le iluminó la zona como si fuese de día, y no puede creer lo que veían sus ojos. A escasos metros, ve suspendido en el aire un objeto de unos 10 metros de diámetro”, relata la experta. 

“Lo primero que hace, es sacar un facón desde atrás de su cintura, ya que estaba viendo desde lo que parecía una escalerilla, bajar tres seres muy pequeños que empezaron a «trotear », así lo expresaba Colman. Los definió como garcitas, muy blancos, y muy iluminados”.

Lo primero que dijo, fue, «vaya mierda». En ese momento desde el objeto, comienzan a lanzarle rayos. Colman se esconde detrás de un árbol tala,  y la planta comienza a moverse en círculos”. Según la investigadora Simondini, el hombre recibió el impacto de uno de estos rayos directo en la cara. La misma línea de luz le da al perro que empieza a girar como un trompo y poco después cae muerto.

El maltrecho hombre se retiró del lugar arrastrándose por el pasto, dejando las alpargatas en el campo, la camisa rota y quemada rasgada por los alambres de púa, al pasar sobre ellos en su desesperación. Al otro día en el lugar, encontraron una huella de un objeto de unos ocho metros de diámetro en forma de herradura.