Parece que fue ayer. Pasaron nueve años del 13 de marzo del 2013. Anochecía en Roma, cuando una gaviota se plantó en la chimenea, que tenía pendientes las miradas del mundo. No se movió de allí hasta que salió el humo blanco. En Roma llovía como en Macondo. El pueblo empezó a colmar la Plaza de San Pedro. Llegaban como podían: caminando, corriendo, en metro. Se veían familias completas. Por fin el cardenal Tauran apareció en el balcón para anunciar al mundo que: "Habemus Papam". Después de una pausa agregó: Giorgo Marius Bergoglio. La gente explotó en una ovación, aplausos, pero en honor a la verdad nadie lo conocía.

A la media hora apareció él. Sonriente. Ahí estaba "Carucha", como lo llamaban sus alumnos de la Inmaculada Concepción. Tenía 76 años. Eligió el nombre de Francisco en honor a San Francisco de Asís, quien fundó la Orden Franciscana y se caracterizó por su entrega a los pobres y su humildad extrema. Es el Papa 266 de la Iglesia Católica y el primer latinoamericano de la historia.

Ahí nomas pidió una Iglesia pobre para los pobres. No se cansa de recordar que hay que proveer de tierra, techo y trabajo a quienes lo necesitan. Entre otras frases de singular calidad, hay una que lo inmortalizó: "Nadie se salva solo". Empezó a revolucionar el mundo. En su primera exhortación apostólica planteó cuatro definiciones que rigen su pensamiento: la realidad es más importante que la idea, el tiempo es superior al espacio, el todo es superior a las partes y la unidad prevalece al conflicto.

Los marginales y descartados comenzaron a tener identidad gracias a él. Reformó la curia romana. Tuvo y tiene tolerancia cero con los abusos que se denunciaron en la Iglesia. Fue un sabueso en la búsqueda de la transparencia en las finanzas. Sin proponérselo, se convirtió en el primer líder espiritual del mundo y uno de los jefes de Estado más poderoso.

En Italia lo aman. Lo idolatran. En las audiencias públicas abundan las pancartas con la leyenda: "Bergoglio orgoglio" (Bergoglio orgullo). Hizo 33 viajes (la edad de Cristo). Visitó 53 países de cuatro continentes. Él mismo dijo: "Siempre pensé que uno ve el mundo más claro desde la periferia, pero en estos últimos nueve años como Papa terminé de comprobarlo".

Para él mismo: "La verdadera revolución fue haber elegido vivir acá". Es su frase favorita cuando se refiere a Santa Marta. Esto muestra la importancia que le da a vivir en el segundo piso del reciclado hotel y no en los lujosos espacios del Palacio Apostólico, en el cual, aislados y solos, vivieron sus predecesores. Santa Marta era un alojamiento de cardenales. Esta decisión le permitió moverse con libertad y huir de la soledad.

Bergoglio no es fácil de aislar. Habla con los mozos, los 50 jardineros, y le cuentan todo. Eso, lo cotidiano, que a él le importa muchísimo. En un pequeñísimo salón contiguo a las habitaciones, Francisco, suele recibir a algunos de sus visitantes. Sólo hay tres sillones individuales, iconografías de la Virgen y un teléfono. En otra sala se amontonan libros, libros y más libros escritos por él, y ofrece que elijan los que quieran.

Suele comer en el lugar en común donde lo hacen los huéspedes de Santa Marta, quienes se ponen de pie al verlo entrar. Comparte con ellos dulces y tortas después de la cena. Los llamados que hace aparecen como número privado, por eso quienes conocen este secreto atienden corriendo y reconocen su voz. Las cartas las escribe a mano, con la misma letra pequeña y clara de siempre. No perdió el pulso a los 85 años. Es fue y será el argentino más importante de la historia. Los necios reniegan de eso.