Días atrás, el Gobierno reimplantó los aranceles de importación para computadoras portátiles o notebooks, elevándolos de cero a 8% y 16%, según el caso. Los precios al público de los productos afectados aumentaron en promedio el 37,5% y en algún artículo la suba superó el 70%.

Cuando a un comerciante le aumenta un costo, para no perder rentabilidad necesita trasladárselo al precio de venta, pero muchas veces se decide incrementar el precio final en mayor medida, por distintos motivos.

Un argumento es mantener el margen de ganancia. Usando como ejemplo un artículo importado al cual comienza a aplicársele un arancel del 16%, si ese producto a un comerciante le costaba 100 dólares y lo vendía al equivalente en pesos a 150 -es decir con un 50% de margen-, ahora comprarlo representa 116 dólares. Si traslada esos 16 dólares del costo nuevo, el precio pasa a ser 166, aunque ya el margen no es del 50% porque la mitad de 116 es 58. Para mantenerlo, el precio entonces deberá ser el equivalente en pesos a 174 dólares y así se tiene que en vez de 50 dólares por artículo, la ganancia pasa a ser de 58.

Pero en la Argentina, sin entrar a juzgar si está bien o mal, en general los actores del mercado deciden "cubrirse" de futuras subas de costos aumentando sus precios de venta por encima de los que ya recibieron. El famoso "colchón" de precios.

En el caso de ejemplo, en vez del equivalente a 174 dólares, cabría esperar subas a 180, 190 o 200 dólares, de acuerdo a la expectativa o a la "desconfianza" del comerciante en cuestión. Como dueño de la mercadería, está en su pleno derecho de hacer esto u otra cosa que crea conveniente. Pero lo que no puede es -como se hace frecuentemente- justificar todo el aumento por la suba de costos. La diferencia entre esto y el precio final ya es una decisión propia y corresponde hacerse cargo.