Por Nico Kischner.

Seguramente Sergio Tomás Massa no se acordará de nada de lo que se detallará en las líneas a continuación. Pero es lógico. Su cabeza tiene hoy claramente otras prioridades y está muy bien que así sea porque los días convulsionados que pasaron y los que se vienen lo tienen, por elección propia y ajena, como uno de los principales protagonistas de la realidad política y económica de Argentina.

Suele ocurrir que quienes están tocados por la varita mágica de la popularidad, sea en el ámbito político, el deportivo o el artístico, producen en el resto de los mortales recuerdos imborrables cada vez que uno los tiene cara a cara, más si en ese encuentro ocasional se cuenta con la posibilidad de cruzar alguna que otra palabra con el personaje en cuestión. 

Es decir, uno se acuerda con lujo de detalles qué pasó en ese momento y el "famoso" debe urgar mucho en su memoria para tratar de aunque sea poder recordar que eso realmente ocurrió y en general termina sucumbiendo y lanzando un dubitativo "puede ser".

Aunque por cuestiones laborales tuve varias charlas con distintos integrantes de la familia Galmarini, a quien fue elegido para conducir el flamante Ministerio de Economía, Desarrollo Productivo y Agricultura de la Nación me lo crucé sólo una vez

Ocurrió hace muchos años, cuando él era intendente de Tigre y yo, uno de los periodistas que acompañábamos a Mariano Roa en el programa Off the record, un ciclo televisivo que salía al aire por Publi 5, canal ubicado en Vicente López que hoy se llama Somos Zona Norte.

La ausencia de registros fílmicos del encuentro, algo hoy impensado en tiempos en que todo queda guardado en celulares que sirven para mucho más que llamar por teléfono, no le quita veracidad al relato, pero sí lo exime de la foto en cuestión. 

Tras haber sido director de la ANSES y elegido diputado sin llegar a asumir, el nacido en San Martín un 28 de abril de 1972 arribó a la intendencia de Tigre en 2007 para cortar con 20 años de un gobierno vecinalista.

Ya en aquel entonces su imagen pública era muchísimo más reconocida que la del resto de sus pares, por lo cual su presencia en un programa al que solían venir jefes comunales fue todo un evento.

Massa llegó temprano y se manejó como pez en el agua tanto frente a las cámaras como cuando se apagaban. Locuaz, contó historias de distinta índole en los cortes y se quedó hablando un largo rato con quienes hacíamos el ciclo una vez que terminó la emisión en vivo. 

Y fue justamente en ese momento en que ocurrió el episodio que casi 15 años después está posibilitando esta columna: el día que un Kischner le salvó la vida a un tal Sergio Massa. ¿Cómo pasó? Aquí va la historia.

Quienes alguna vez concurrieron a la sede que el canal tenía en la esquina de Avenida Maipú y Adolfo Alsina, en el partido de Vicente López, seguramente recordarán la empinada escalera que separaba el estudio de la vereda.

Massa estaba de espaldas a esa "trampa mortal" y yo frente a él, escuchando cómo hablaba y gesticulaba para reforzar con sus brazos las palabras que salían de su boca. Hasta que, de repente, en unos de esos movimientos, su cuerpo se fue para atrás.

Fueron apenas unos segundos que parecieron eternos, pero siendo quien estaba más cerca, lo primero que atiné a hacer fue a agarrarlo para que no se cayera. Hubo un suspiro generalizado de alivio por lo que pudo haber pasado y no ocurrió y una anécdota que nació y durante años se compartió solamente con amigos.

Hoy toma estado público en horas en las que el nuevo ministro anunciará cómo estará compuesto su Gabinete y se apresta a dar a conocer sus primeras medidas mientras prepara un viaje previsto a Estados Unidos para fines de mes en el que buscará reunirse con representantes del Fondo Monetario Internacional (FMI).

Seguramente Sergio Tomás Massa no se acordará de nada de lo que se detalló en las líneas que aquí culminan. Y está perfecto. Su cabeza tiene hoy claramente otras prioridades y está muy bien que así sea por el bienestar de todos.

Por N.K.