@LuisAutalan

Cuando todavía restaban décadas para la evolución tecnológica de las comunicaciones que hoy sofoca, Jorge Luis Borges y Ernesto Sabato ("Diálogos", 1974, editorial Emecé) coincidían en que antes que leer diarios es menester leer libros.

En edición irrespetuosa para ambos, nos parece apropiado decir que esa lectura no es abarcativa a cualquier texto, incluso con pruebas recientes sobre lo impreso en la Argentina.

Empero Borges y Sabato no emitieron jactancias en aquella ocasión, sino que argumentaban su parecer. Nadie puede saber a ciencia cierta qué redundará en importancia real y valor histórico, decían ante el vértigo informativo. Y citaban hechos puntuales que les otorgaban contundencia a sus reflexiones.

Por allí entonces asimilamos que las lágrimas maternas ante el derrocamiento del presidente Arturo Humberto Illia por el dictador Juan Carlos Onganía, no tuvieron matiz alguno en común con las telenovelas de la tarde. Y esa conclusión llegó mucho después de los 6 años que teníamos en 1966.

Asoma también la sentencia de un pensador respetabilísimo que alguna vez, y en persona, nos sustanció: "Las compadradas contra estructuras dictatoriales deben tener lugar durante las mismas y no después". A qué echar mano entonces desde lo vivido, acudimos a la línea de tiempo, 1976 nos encontraba terminando la escuela secundaria. Tiempo después en aulas de la universidad supimos que eran más valiosos los textos prohibidos y el testimonio de profesores/maestros contra los ríos de tinta, audio e imágenes que superficie ilustraban sobre la aparente calma en el país.

No sólo de medios periodísticos se trata; algunas bibliografías escolares, amenas a pontificar próceres perfectos e impolutos como a demonizar tiranos y bárbaros, marcaron escenografía. Decirlo hoy nos coloca en el sector de opinantes que transmiten su parecer "con el diario del lunes" y el esfuerzo está en acentuar las circunstancias en tiempo y forma.

Por eso no es posible evitar que ante algunos dichos del presente, como la expresión de Laura Alonso, ex becaria de la Oficina Anticorrupción, en cuanto a que la administración a cargo de Alberto Fernández "es peor que un gobierno de facto", nos reubica en la misma tesitura crítica para cuando se intentaba colocar la gestión de Mauricio Macri en rango de dictadura.

Habiendo vivido, trabajado y estudiado en tiempos dictatoriales con sólo esa potestad y casi ninguna ilustración, invitamos a considerar que puede algo no gustarnos, pero hay calificaciones que ni siquiera el odio, el resentimiento calculado y estratégico, el desprecio por el otro, amparan.

Y la memoria que se refresca y renueva cada 24 de marzo en proporción directa a aquel horror, alienta una pequeña esperanza: no todo está perdido. Aun frente a semejantes y conocidos que todavía ponderan que de 1976 a 1983 "se podía caminar tranquilo por las calles", "porque a mí durante esos años jamás me pasó nada" y "siempre hace falta la mano dura", entre otras falacias.

Sería extenso detallar que tenemos en la cercanía familiar casos de atrocidades al cobijo de Videla y compañía, que algún primo viajó desde Italia, a riesgo de su propia vida, para intentar saber algo del paradero de aquella víctima y otras cuestiones.

Consideramos más propicio rescatar los dichos de notables profesores de Derecho, el doctor Carlos Asciutto o Guillermo Ouviña, que en testimonio valioso nos dijeron que a este país le llegarían sus mejores tiempos cuando el énfasis puesto en discusiones de ocasión, como el fútbol, se aplicara a cuestiones como la justicia, la democracia, el respeto y la consideración del otro.