Por José Narosky

Dicen que los pueblos poseen una frágil memoria. Y es cierto. Los argentinos no somos precisamente la excepción. Pero esta característica no se da solamente olvidando los hechos tristes, penosos. También solemos olvidar a héroes auténticos, a hombres que sólo pudieron transitar su propia huella, por personalidad, por valor o por patriotismo.

Del horror y de la destrucción de la Primera Guerra Mundial, quedaron algunos aspectos positivos. Y entre ellos, el avance de la aviación. Y 1919 fue un año de hazañas aeronáuticas. Un precursor de nuestra aviación, con dos compañeros, también como él, oficiales aeronáuticos, intentaron por primera vez el cruce de la Cordillera de Los Andes por aire.

Usaron para esta epopeya, mezcla de intrepidez y de valor, tres frágiles aviones que el gobierno francés había obsequiado a nuestro gobierno al finalizar la Primera Guerra Mundial. ¿Sus nombres?: Benjamín Matienzo, Pedro Zanni y Antonio Parodi. Los unía el amor por la aviación, la sed de aventuras y una insaciable curiosidad científica.

Matienzo tenía más edad y mayores antecedentes que sus dos compañeros. Dos años antes, había hecho su primer viaje en globo completando un raid triangular, Palomar-San Antonio de Areco-Navarro-Palomar.

Parodi y Matienzo decidieron tripular dos pequeños aviones Newport y Zanni, un Spad, algo más grande. Los aviones de Parodi y Matienzo eran de poca autonomía de vuelo, dos horas y media apenas, aunque teóricamente suficientes para cruzar la Cordillera.

Para concretar la hazaña tenían que darse a favor dos circunstancias. Haber viento de cola (o por lo menos, no de frente) y no deberían demorarse en tomar altura (para no malgastar combustible).

Posiblemente, nuestra figura de hoy pensaría la noche anterior al raid: “Las aves libres hallan su camino a través del espacio. Quizá muchas de ellas, no alcancen su meta. Pero, ¡qué importa!. Morirían, en todo caso, cerca del cielo”.

El 28 de mayo de 1919, las tres máquinas iniciaron la travesía. Ese día fallecía Matienzo. Fue una mañana fría, desapacible. El viento les era adverso. La visibilidad, nula.

Ya en el aire, Zanni y Parodi entendieron que era una temeridad avanzar sin una mínima posibilidad de éxito. Y decidieron regresar. Matienzo siguió. Seguramente, su temor no era perder la vida, sino no hallarla. Porque… “se podrá matar al soñador, pero jamás al sueño”.

La última vez que fue visto por sus compañeros volaba como un pájaro solitario sobre Puente del Inca. Ya nadie volvió a ver con vida al joven héroe de 28 años. El resto de esa arriesgada . triste historia hay que deducirlo.

Por seis meses, hasta noviembre de 1919, no se hallaron su avión ni sus restos. En ese mes, un grupo de baqueanos encontró su cadáver a 2 kilómetros de su avión. Por el estado en que se hallaba su cuerpo, es innegable que Matienzo, aterrizó a la perfección en plena cordillera, cumpliendo una hazaña sin precedentes.

Además, si pudo caminar 2 kilómetros es porque no sólo quedó con vida, sino en aceptables condiciones físicas. Fue hallado con el semblante sereno, como si hubiese sido apresado por un dulce sueño, sentado sobre una roca, al abrigo del ventisquero “El Morro”, a solamente 15 kilómetros de Las Cuevas.

Sin duda, debió haber hecho un alto en el camino de regreso, seguramente agotado por el frío, la nieve y la soledad. Y murió congelado. Casi un año después, Antonio Parodi, uno de los tres héroes, concretaba el intento.

Pero la hazaña del teniente Matienzo quedará grabada en las páginas más brillantes de la historia aeronáutica argentina. Fue un hombre modesto. Precisamente por tener méritos para envanecerse, no se envaneció.

Porque así como algunos hombres buscan el escenario, Benjamín Matienzo buscó siempre la última fila. Su personalidad y su fibra de héroe auténtico, trae a mi mente este aforismo: “Cuando miramos al cielo, subimos”.

Por J.N.