Mientras se llevaba a cabo la Segunda Guerra Mundial que captó la atención de todo el planeta, en México se erigió la figura de un famoso homicida y necrófilo local, cuyo nombre fue Gregorio "Goyo" Cárdenas Hernández, más conocido como "El Estrangulador de Tacuba", que dejó cuatro víctimas en su haber y es catalogado, de manera polémica, como uno de los criminales "recuperados" de la historia de esa nación.

Hernández nació en la capital mexicana en 1915 y se dice que una encefalitis temprana fue la causante del comportamiento anormal que tuvo a lo largo de su vida, ya que tuvo por costumbre en su adolescencia matar animales con métodos crueles. Sin embargo, poseía un alto coeficiente intelectual y esto lo hizo destacarse en la Universidad Nacional de México, en donde se destacó en Ciencias Químicas y a los 20 años vivía solo en la zona de Tacuba.

Además, sus conocimientos en el campo de la química hicieron que obtuviera una beca de Petróleos Mexicanos (PEMEX) y no solo continuara con su carrera académica, sino que colaborara con la empresa.

Todo parecía ser un futuro promisorio para el joven Gregorio, pero en agosto de 1942 su lado oscuro se hizo presente, ya que el 15 de ese mes recibió a un joven prostituta de 16 años llamada María de los Ángeles González, y tras mantener relaciones sexuales, la estranguló con una soga y la enterró en el jardín de su casa.

Gregorio "Goyo" Hernández (Archivo).

Esta furia incontenible no detuvo al criminal, quien en pocos días sumó varias víctimas a su lista, y todas con el mismo modus operandi: buscaba prostitutas en la calle, las llevaba a su casa, tenía sexo con ellas, las mataba y enterraba en el jardín.

La segunda fallecida fue Raquel González (14) que tuvo la misma desgracia que la anterior, aunque tuvo otra víctima familiar, ya que la hermana de esta joven, al escuchar esta noticia, murió de un infarto.

Gregorio Hernández: otras muertes

A finales de agosto, otra prostituta de nombre Rosa Reyes, acudió a la vivienda del criminal, pero se negó a tener sexo, situación que enfureció a "Goyo", quien no solo la mató sino que practicó necrofilia con el cadáver de la mujer, de hecho se cree que hizo lo mismo con todas las fallecidas.

Finalmente, a comienzos de septiembre de 1942, el matador se deshizo de una cuarta y última víctima, la estudiante de 21 años, Graciela Arias, quien estudiaba en la Universidad Nacional Autónoma de México y era hija de un reconocido abogado penalista local.

El criminal confesó los asesinatos (Archivo).

Goyo se ofreció a llevar a la joven a su casa y en pleno viaje arriba de su automóvil, le declaró su amor, pero al no ser correspondido, golpeó en la cabeza a la víctima hasta matarla. Luego, la llevó a su casa, durmió con el cadáver y la enterró en el jardín como a las otras.

Pasaron las horas y mientras el padre de Arias radicó la denuncia por desaparición de su hija, el criminal dijo "haber perdido la cabeza" y se internó en el hospital psiquiátrico de Tacubaya, lugar donde de inmediato acudió la policía que interrogó a Hernández.

Las cuatro víctimas del estrangulador mexicano (Archivo).

El asesino sostuvo que era un inventor y que había creado pastillas para que la gente se volviera "invisible", pero esa argumentó, no fue creído por la policía, y un allanamiento los llevó a la vivienda del asesino. Al ver tierra removida, los agentes del orden lograron dar con los cuatro cuerpos y eso sentenció la coartada de "Goyo".

Al poco tiempo y como era de esperar, el juicio se volvió mediático, y a pesar de que los abogados defensores intentaron inimputarlo, la justicia no lo creyó y lo sentenció a pasar 34 años en la Penitenciaría de Lecumberri, en el pabellón de enfermos mentales. Allí aprovechó a estudiar Derecho, tocar el órgano, pintar y escribir libros.

Los medios siguieron los casos (Archivo).

Sin embargo, en setiembre de 1976, el entonces presidente de aquella nación, Luis Echeverría Álvarez, le concedió un indulto presidencial por su presunta rehabilitación social, por lo que quedó en libertad e ingresó a la UNAM, donde cursó la licenciatura en Derecho y se recibió en 1982, y hasta se dedicó a la abogacía.

Hernández murió en 1999 a los 84 años (Archivo).

Para aquel momento fue recibido como un ejemplo de criminal rehabilitado en la Cámara de Diputados de México, expuso sus obras y luego se fue a vivir a la ciudad estadounidense de Los Ángeles, donde murió en 1999 a los 84 años, siendo un abogado en ese momento pero con un pasado criminal.

POR G.A