Para los argentinos no es extraño visitar una panadería y solicitar cañoncitos o bolas de fraile, mientras que la misma situación puede sonar un tanto rara para oídos extranjeros. Y es que los nombres originales de las facturas son un poco llamativos. Aunque forman parte de la cotidaneidad culinaria de Buenos Aires, pocos son los que conocen el por qué de esas denominaciones.

Detrrás de lo que que parecen ser nombres inocentes: vigilantes, sacramentos y cañoncitos, hay una historia de protesta que se remonta a los panaderos de fines del siglo XIX.

El 29 de enero de 1888 el sindicato de panaderos anunció el inicio de una huelga en reclamo de mejoras salariales, más un peso adicional para comida y un kilo de pan por día, además de cobros semanales, como así también dejar de trabajar por la noche.

La medida de fuerza se extendió por dos semanas y logró los objetivos, pero los obreros quisieron dejar un recuerdo de su lucha. Para eso, no tuvieron mejor idea que protestar a través de sus creaciones más vendidas: las facturas. Los miembros del gremio renombraron cada una de ellas con burlas al Gobierno, al Ejército y a la Iglesia.

Así nacieron las bolas de fraile, el sacramento y el suspiro de monja como una critica a la religión, a los curas y las monjas que se oponían a la protesta obrera; el vigilante, para ridiculizar a la policía; los cañoncitos y las bombas de crema, por los militares; mientras que los libritos eran una crítica a la educación que imponía el estado.

Los cañoncitos fueron nombrados como una burla al Ejército.

Los significados de cada una

Sacramentos: su nombre es una crítica a la Iglesia Católica.

Bolas de fraile o Suspiro de monja: una burla a los curas y las hermanas.

Bombas: una ironía contra el Ejército. 

Cañoncitos: hacen alusión a los cañones de las fuerzas militares.

Vigilantes: su nombre es una burla a la fuerza policial.

Libritos: hacen referencia a la educación que imponía el estado en el siglo XIX.