Tener la capacidad de distinguir entre lo que puede ser valioso para vender y lo que no tanto. O, por otra parte, tener el olfato y el conocimiento para entender cuando se está frente a una obra de enormes magnitudes, o ante un mero objeto más.

Estas son características que Armando Fuentes (73 años) incorporó en su vida, frente a la necesidad imperiosa de obtener estos saberes al decidir trabajar como anticuario. Aunque, sin duda alguna, haya logrado perfeccionar y mejorar con el paso del tiempo estas virtudes.

Tal como el vino que se añeja, el hombre día a día hace crecer más sus dotes en la profesión a la que dedica su vida.

Asentado desde hace 23 años en el Mercado de San Telmo, con su negocio en el local 113 ubicado en la calle Defensa 961, Armando hizo de todo un poco a lo largo de su trayectoria antes de volverse un especialista en antigüedades.

“Me definiría más que como un anticuario, como un buscador de vida. Yo digo que hay que adaptarse y siempre intentar”, es su lema.

En su juventud, Armando fue futbolista profesional, aunque tuvo que retirarse joven. Y luego llevó adelante una constante búsqueda por hallar de qué vivir en distintos lugares, con una familia a cuestas como responsabilidad.

En diálogo con cronica.com.ar, explica cómo lleva adelante su trabajo, cómo distinguir el valor de las antigüedades, la adaptación a las búsquedas del público y cómo su historia influye en su presente.

Vida pasada

Nacido en la ciudad de Rosario, Armando siguió una de las grandes pasiones que atraviesa a esta ciudad argentina como lo es el fútbol, el cual se vive de una manera especial. Desde pequeño jugó a la pelota en un club barrial y participó de los míticos “torneos Evita”.

Fue allí donde, visto por un entrenador, le ofrecieron mudarse a La Plata para formar parte de la quinta división de Gimnasia y Esgrima, para tener que tomar la primera decisión fuerte de su vida.

“Mis padres no estaban muy convencidos, pero un DT mío les prometió que allá iba a seguir estudiando, porque no querían que deje la escuela”, acotó el hombre.

Armando y las pinturas, una de sus grandes pasiones (Crónica/Jonatan Moreno).

De esta manera fue que llegó a ser futbolista y alcanzó a debutar en primera división, con José Varacka de entrenador, aunque una diferencia con el técnico lo llevó a buscar nuevos rumbos y a conocer distintos países.

“Yo era marcador central en la defensa y el entrenador me puso a jugar dos veces de volante por derecha. No anduve bien y él me dijo que no me iba a volver a poner. Yo era muy contestario y le planteé que me había hecho jugar en una posición que no era la mía, por lo que no estaba de acuerdo e iba a buscar otro club”, resalta.

Así fue que llegó a Newell´s Old Boys de Rosario, para luego partir al fútbol boliviano, donde jugó durante un año, y finalmente a Venezuela, donde jugaría en el Portuguesa y en el Deportivo Lara, hasta retirarse con solo 27 años de edad por una lesión.

“Decidí quedarme a vivir en Venezuela después de retirarme porque había formado familia allá con mi pareja, que era de Argentina. Tuve dos hijas en Venezuela y sentí que había estabilidad económica en ese momento en ese país, por lo que decidimos probar suerte”, destaca Armando.

Cambios

Gracias a la ayuda de dos inmigrantes italianos que había conocido allá, Armando pudo tener en Venezuela su propio auto y comenzó a trabajar como visitador médico, profesión en la que por primera vez se le impuso el desafío de tener que saber “vender” lo que hace.

“Pasaba por las clínicas y seguía de largo porque me daba miedo presentarme en un principio. Es difícil insertarse en otra profesión después de dejar el fútbol profesional, pero pude ir creciendo y me hice distribuidor médico, asocié gente y pude afianzarme”, relata.

El frente del negocio de Armando (Crónica/Jonatan Moreno).

Sin embargo, frente a la necesidad de encontrarle un colegio a su hija con problemas de audición especializado, Armando decidió volver a Buenos Aires, donde probó suerte como visitador médico, hasta que le llegó la oportunidad de ser anticuario.

“Conocí a una familia que buscaban sacarse de encima un negocio que había pertenecido al padre de esas chicas que fue anticuario. Me hice cargo del lugar y me animé a empezar sin tener un conocimiento previo”, expresó Armando, quien agregó que con ello se vio forzado a tener que “estudiar mucho” sobre el tema.

Fue así que comenzó a incursionar en museos y a leer sobre pinturas, para poder distinguir entre artistas, técnicas y valor económico de las obras.

“Sin tener ningún familiar que me lo haya inculcado antes, descubrí que era un fanático de la pintura. Me empezó a gustar mucho las obras. Lo que pasaba es que al comienzo elegía por mis gustos, no por lo que me convenía.  Eso hizo que escogiera mal y perdiera mucha plata en el camino”, cuenta Armando.

En ese sentido, el anticuario considera que “la pintura se trata de una cuestión de sabiduría, de conocer las técnicas de pintura, el autor en específico y poder explicarle todo esto al público”.

Respecto a la forma que elige para comprar o vender antigüedades, Armando señala que “mucha gente no sabe que hacer con las cosas que les dejan, si tienen un valor económico y de cuánto es”, por lo que lo contactan.

“A veces vienen al negocio y otras me invitan a ir a los domicilios a ver los objetos. Siento mucha pasión por ir y revolver entre las cosas, como si estuviera en la búsqueda de un tesoro. Es algo que me genera mucha adrenalina”, remarca.

En cuanto a las negociaciones, agrega que siempre espera que el cliente fije un precio inicial para poder conversar sobre el valor, y afirma que muchas veces como comerciante “comete equivocaciones de gastar de más o gastar mal”, pero que es algo que forma parte de su profesión.

Sobre este tema, enfatiza que hay quienes se acercan con un objeto que puede ser muy bueno para el negocio, pero que prefiere no presionar al cliente, aunque se pueda perder una reliquia.

Qué vende

Entre los muchos artículos que forman (o formaron) parte de su negocio, Armando destaca la presencia de “libros del año 1600, relojes de marcas interesantes, cosas antiguas en plata y pinturas”.

Sin duda alguna las pinturas son lo que más fascina al anticuario, quien vio pasar por su local “más de 1500” y tuvo en algún momento “más de 120 colgadas” en su departamento, aunque confiesa que después bajó ese número por influencia de sus hijos, quienes creían que no podía tener tantas.

“Las pinturas son lo que más me gusta. Mi hijo muchas veces me tiene que frenar. Hay veces que hay que aprender a decir que no”, subraya el anticuario.

En relación a la antigüedad de las cosas, Armando apunta que para ser consideradas técnicamente “antigüedades” deben tener “más de 100 años de vida”.

Sin embargo, también cree necesario “aggiornarse” a los deseos de las nuevas generaciones, por lo que decidió incorporar lo “vintage” dentro de las cosas que vende, como en el caso de la relojería y la fotografía.

“Ver, comprar, hablar con la gente, para mí es una pasión, algo que me da adrenalina y años de vida. He pasado por muchas experiencias y aprendí que la palabra fracaso significa oportunidad”, destaca.

Mientras aprende a utilizar nuevas herramientas que le brinda la tecnología, como las redes sociales y Mercado Libre, donde publica mucho de lo que quiere vender, Armando se exige seguir aprendiendo y no estancarse.

Por el momento, deja una frase que adquirió en Venezuela y la usa siempre que puede: “Para adelante, que para atrás espanta”.

Por M.C.

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