Para los citadinos que viven rodeados de ruido, autos, movimiento y gente no hay mejor descanso que una pausa en la rutina para pasear a pie o en bicicleta por un lugar lleno de tranquilidad. Y si buscamos un escenario para cortar con la vorágine de la ciudad, no hay mejor opción que Altamira, el pueblito bonaerense donde el tiempo pasa más lento.

Ubicado en el partido de Mercedes, a menos de 100 kilómetros del Obelisco, Altamira es lo que se conoce como un "pueblo lento". Creado con la llegada del ferrocarril en 1908, la ausencia del tren llevó a los una vez numerosos habitantes de Altamira a buscar oportunidades en las grandes ciudades, dejando atrás a unas pocas familias que hasta el día de hoy mantienen vivo el espíritu del pueblo rural bonaerense.

Parte del programa Pueblos Turísticos del Ministerio de Producción, Ciencia e Innovación Tecnológica, el pueblo de 330 habitantes atrae todos los fines de semana a turistas interesados en las costumbres argentinas como cabalgatas, carreras de sortijas y destrezas equinas, además de la típica gastronomía campestre.

"Antes uno venía a Altamira y llegaba a cruzarse con una o dos personas apenas", contó a Meridiano Noticias Juan Carlos 'Maneco' Schiffini, locutor en la radio local. "Pero vieras el movimiento que hay ahora, automóviles que van y vienen, personas que alquilan las quintas y se quedan tal vez una semana. Es amplia la oferta para que la gente pueda venir a disfrutar el campo", aseguró.

Qué hacer en Altamira, el pueblo bonaerense con "turismo slow"

Altamira ofrece comida, música y baile al mejor estilo campestre.

Como muchos otros pueblos creados por el ferrocarril, Altamira conserva la estación de tren que la vio nacer, hoy convertida en un símbolo turístico y centro cultural del pueblo. Está abierta las 24 horas y, con acceso gratuito, exhibe elementos de otras épocas del ferrocarril. Además, el pueblo cuenta con una plaza y una recién construida capilla consagrada a Nuestra Señora de Fátima.

Alrededor del pueblo, árboles silvestres formaron túneles de entre 500 y 700 metros, por los que se pueden pasear, a la vez que se contempla un monte de plátanos. Los caminos de tierra que recorren Altamira también conservan el clima rural del pueblo, potenciado por la frecuente aparición de paisanos recorriendo la pequeña localidad a caballo.

Las cabalgatas son otro atractivo del pueblito bonaerense.

La recreación de tradiciones criollas es otro de los grandes atractivos de Altamira: sus habitantes no necesitan excusa para reunirse en la plaza o cualquier espacio abierto a cantar y bailar folclore, comprar en puestos de artesanos, pasear en carruajes y enfrentarse amistosamente en competencias de destrezas a caballo y pruebas de tambores.

La propuesta cultural de Altamira también crece con los tiempos: además de la semana de festejos por el aniversario del pueblo, que se celebra todos los años entre el 25 de enero y el 5 de febrero, la localidad también es escenario del proyecto Altamira Rural Rock, que convoca a motociclistas de toda la zona y en el que tocan bandas musicales.

Los almacenes de campo son la joya del pequeño pueblo.

Pero si de atractivos se trata, no hay nada más especial en Altamira que su turismo gastronómico. Al ser una de las paradas en el "Camino de los bodegones", el pueblo está repleto de antiguos almacenes como Lo de Puri, un boliche de campo que detrás de una fachada preservada desde 1930 ofrece todo desde picadas, empanadas, pizzas, sándwiches de bondiola y choripanes. Otras opciones son La Taba, con un estilo más de restaurante, Lo de Curly y La vieja casona de Sandoval, un bodegón, más nuevo que los anteriores.

Por último, aquellos que se acerquen a Altamira tienen la posibilidad de recorrer la plantación de duraznos que la familia López cultiva para comercializar desde hace tres generaciones. La fruta constituye una de las actividades económicas principales del pueblo, que no está corto de reconocimientos por la calidad de su producto: la familia López recibió premios en la Fiesta Nacional del Durazno por la calidad de sus productos, y en 2018 ganaron el tercer premio de la Dulcera del Año.