Alejandro Rad es un mendocino que vive en Nueva York desde los años 80. Cuando tenía alrededor de 20 años, viajó a la ciudad de Estados Unidos a probar suerte y sin saber inglés comenzó a vivir una aventura que nunca se imaginó.

El hombre, que hoy tiene 53 años, viajó con la excusa de ir a estudiar inglés, pero encontró un negocio que todavía no había sido explotado y que lo llevó a ser el icono que es hoy.

Un día decidió salir a vender el tradicional snack por las calles de Manhattan y sus alrededores. Fue tanto el furor que provocó que termino actuando en una película.

Su primer carrito de garrapiñadas lo instaló en la calle 14, entre University PI y la Quinta Avenida. Junto a un primo comenzaron a vender de manera ilegal, ya que no tenían papeles. El primer día recaudaron 62 dólares. Sin embargo, esa no era la mayor dificultad, sino que el no saber inglés se le complicaba a la hora de vender el producto a los americanos.

Luego de ese primer día, continuó vendiendo en la calle durante los fines de semana. Cada vez que se le vencía la visa, se tomaba un avión a Argentina y luego regresaba a Estados Unidos. Con el tiempo, descubrió que el negocio de las garrapiñadas era su futuro, se independizó de su primo, consiguió sus propios carritos y contrató a otros vendedores.

"No podía estar bajo la tutela de alguien por muchos años, por mi espíritu aventurero. Era muy complicado para mí seguir el camino marcado por otra persona en condición de empleado", confesó el mendocino en diálogo con Clarín.

Sobre las garrapiñadas, Alejandro comentó que las comía en la Fiesta de la Vendimia o en desfiles militares. "Venían en la bolsita de celofán finita y larga. Yo las prefería mil veces por sobre los pochoclos. Es un snack sincero. En relación con el costo y lo que te da, es una ecuación excelente. Una muy buena ecuación. La garrapiñada es fruto seco, agua y azúcar. No está hecha con aceite y tampoco aditivos químicos".

Pero a Rad no le gusta ser la estrella, ni el centro de atención, sin embargo, apareció en la película Peanuts One Dollar, del director Sebastián Mónaco.

Es argentino, viajó a Nueva York a probar suerte y se convirtió en un ícono vendiendo un clásico de las canchas de fútbol.
Es argentino, viajó a Nueva York a probar suerte y se convirtió en un ícono vendiendo un clásico de las canchas de fútbol.

"Me peleé con griegos y egipcios, disputas eternas por lugarcitos en las calles. Discutíamos por quien conseguía estar más cerca de las esquinas, donde agarrabas el doble de tránsito de gente. Fui arrestado un par de veces. Y ya no quería más estos problemas. A mí los tipos me tenían miedo porque pensaban que yo estaba loco. Fue un momento muy heavy, tenías que tener las bolas bien puestas para pelear por lo tuyo", comentó.

Pero no duro mucho en la calle, ya que los conflictos callejeros eran muchos y fue en 1995 cuando eligió encargarse directamente de la logística del negocio. "En mi carrito paraban el diariero del barrio, el policía, un chofer de un poderoso de Wall Street o un vendedor del barrio. Me sabía los nombres de todos, conversaban conmigo de sus vidas. Yo ponía globos, música y tenía una fotito de Maradona. Era increíble todo", resumió.

Luego, se hizo amigo del neoyorkino Cliff Stanton y se hicieron socios, fundado la empresa United Snacks, Inc. en 1996, año que creó la marca "Nuts4Nuts", un juego de palabras, "locos por los frutos secos" en español. En 1998 obtuvo la propiedad intelectual de la marca para Estados Unidos y Canadá, y dos años más tarde recibió la ciudadanía estadounidense. 

El empresario tiene más de 35 carritos desplegados por Nueva York. Los vendedores abonan una renta mensual a "Nuts4Nuts" que incluye el alquiler del espacio de la calle, el carro y el derecho a usar la marca de los socios. También, los comerciantes pagan la mercadería que les proveen.

"Es un ícono de Nueva York y no lo va a mover nadie. De este negocio comieron y vivieron cientos de personas", expresó.