Llegan a costar casi lo mismo que una propiedad inmobiliaria, y la escasez de sus repuestos convierte a los autos clásicos en nuevo objeto de deseo de los delincuentes. El hurto de automóviles fabricados hace más de tres décadas se incrementó en forma notable y preocupante, para su posterior desguace y venta de autopartes, a precios exorbitantes. Razón por la cual, sus dueños no recuperan lo que ellos consideran su fiel compañero de ruta.

El último 11 de julio, en la zona porteña de Parque Chacabuco, José Francisco Mileo sufrió el robo de su Ford Falcón modelo 1977. En aquella oportunidad, el hombre se dirigió en su vehículo hacia una estación de gas cercana. Justamente allí Mileo sospecha que comenzó su calvario, puesto que, según su versión, “creo que el ladrón se me metió por la parte de atrás, porque el playero tenía cara de asustado”.

Posteriormente regresó a su casa y, al descender del rodado, observó cómo este partía a toda marcha, conducido por el ladrón. Es por dicha inmediatez que la víctima afirmó que el malviviente se escondió en el asiento trasero. Al hacer referencia al lamentable episodio, el damnificado consideró que “me lo robaron por el solo hecho que era un auto de colección”.

José y su añorado Ford Falcon de 1977.

El Ford Falcón estaba valuado en 700.000 pesos, afirmó su dueño, y no contaba con seguro para robos, dado que “no hay cobertura para autos viejos; existe una especial, por la que te cobran una barbaridad para un jubilado como yo”. En consecuencia, dos semanas después, Mileo no tiene conocimiento preciso del destino de su auto.

Al respecto, él reveló que “algunos me llamaron diciendo que lo vieron en Laferrere, por la Ruta 21. El jueves, mi esposa viendo por TV el crimen de Martín Almirón -ocurrido el pasado lunes en Rafael Castillo- advirtió un coche muy similar en la escena del crimen”. El revés padecido por José es una clara muestra de una tendencia creciente, potenciada por la crucial razón de que no se fabrican más.

En este sentido, Sergio Frascaroli, coleccionista de autos antiguos y clásicos, enfatizó que “han quedado muy pocos en cantidad, y tienen un valor de mercado muy importante, dependiendo de su estado de conservación”. A su vez, Eduardo Nolazco, presidente del Rambler Car Club Argentina, detalló que “el robo de autos es continuo. Son mucho más sencillos de abrir, porque no tienen cierre centralizado ni sistema de alarma. Lo abren con una ganzúa o le sacan el cable de arranque y luego lo remolcan con una grúa”.

Es por este factor que las marcas clásicas como Ford, Torino, Dodge y Chevrolet Chevy alcanzan valores millonarios, en pesos, y son las más codiciadas. En el mercado automotor, un Torino Gs o un Torino 380W asciende a los 60.000 dólares, y un Lutteral Comahue llega a los 40.000 dólares. Cifras equivalentes a una vivienda.

No obstante, no constituyen una obsesión de los delincuentes por su costo de venta, sino por sus partes, que son complejas de conseguir en el mercado, dado que tampoco se fabrican, y resulta casi imposible importarlas. En referencia a ello, Nolazco precisó que “un carburador, una óptica por ejemplo, valen mucho dinero y las vías digitales favorecieron su venta; sumado a que en la Argentina no se consiguen”.

Los autos clásicos se caracterizan por detalles particulares en su carrocería, que facilita identificarlos en la vía pública. Es por eso que Fabio Ameghino, dueño de Studio Tailing, un centro de estética automotor que restaura vehículos, enfatizó que “es muy difícil venderlos, porque toca la calle y lo conocen por todos lados, ya que el universo del vehículo clásico es muy chico”. Aunque no resulte creíble, en las exposiciones de automóviles modelos 1960, 1970 y 1980 se producen robos de autopartes, aprovechando un descuido del dueño, para luego venderlas por los aplicaciones de venta online.

No obstante, para quienes son propietarios de estos rodados hay un valor infinitamente superior al monetario. En este sentido, Ameghino dejó en claro que “estos autos no tienen precio, tienen valor porque es el auto de un familiar o aprendió a manejar con ese auto”. En la misma línea, Nolazco manifestó que “hay algo que no se paga, que son los afectos”. Por su parte, José Mileo, catorce días después del robo de su Ford Falcón, confesó que “viví momentos inolvidables con mi coche”.

Pero poco les importa a quienes sustraen sus autos, ese fiel compañero de cuatro ruedas que al caer en manos ajenas no tiene otro destino que un taller clandestino. “Nunca se recuperan, no conozco un auto que haya sido reintegrado a su dueño”, informó Frascaroli. Por lo tanto, los posibles damnificados establecen redes de búsqueda propias, a través de grupos de WhatsApp, para encontrar el vehículo robado. No obstante, la principal solución a este flagelo radica, para Fabio Ameghino, en “no comprar autopartes robadas, aunque a la gente poco le interesa la procedencia”.