A 40 años de la llegada de D10s a Nápoles
Diego Maradona fue presentado en el estadio San Paolo el 5 de julio de 1984. El recuerdo de una fecha que produjo un quiebre emocional y futbolístico en Italia y en el mundo. Detalles exclusivos de su regreso a la Argentina con el icónico tapado de zorro blanco, del que habló todo el mundo. “El Pelusa”, más auténtico que nunca.
Por Hugo Ferrer
“Diego Armando Maradona llegó temprano. Eran las 6.45 y en Ezeiza hacía un frío de esos que no se igualan. Diego y su comitiva de 11 personas (entre las que se encontraban su manager (Jorge) Cyterszpiller, su padre y su novia Claudia Villafane), estaban advertidos de eso. Porque se apareció con un espectacular tapado de zorro blanco que encegueció a más de cuatro.”
Así comenzaba el texto de la nota de Crónica cuando volvió a la Argentina aquel sábado 7 de julio de 1984.
Habían pasado casi dos días de la histórica presentación como jugador del Napoli el jueves 5. Se cumplen 40 años. Fue un quiebre emocional y futbolístico para Italia y el fútbol mundial.
En la tarde del miércoles 4 de julio de 1984 firmó el contrato con el presidente Conrado Ferlaino por cinco años (hasta 1989): 7 millones de dólares; de ese monto, un 12 por ciento iría a Maradona. E incluía, casa con pileta, autos, pasajes de avión, porcentajes especiales por presencias y partidos ganados, participación en las regalías por publicidades. Le dieron todo.
A las 18:30 del jueves 5 apareció en el San Paolo. 264 periodistas acreditados de todo el mundo. Bruno Passarelli, radicado en Roma, era corresponsal de El Gráfico y fue el único periodista argentino que cubrió aquella presentación, le dijo a Crónica: “Diego puso en marcha la aventura pasional y rebelde de una ciudad que, con un fervor casi religioso, lo siguió incondicionalmente. Demostró que era posible pelear, y ganar, una batalla contra la pobreza y la resignación. Un astro del fútbol sin compromiso alguno con los poderosos.”
Diego caminó lento, luego el túnel, los escalones, mirada a Dios y explosión. Se escuchó a decenas de kilómetros de distancia. Los “tifosi” hicieron lo suyo. Desde un micrófono, el nuevo Dios, les dijo: “Napolitanos, buenas tardes, estoy felicísimo de hallarme aquí.” Con una pelota mostró parte de su magia. Hizo jueguitos y le pegó de zurda para que vaya al cielo. Hubo una vuelta olímpica anticipada. Llantos, gritos, abrazos, desmayos. Diego ya era Nápoles.
Passarelli le reveló a Crónica que Diego hizo el primer milagro aquel día: “Al caer la tarde, por el portón principal de Pompeya, dos nutridos grupos de turistas japoneses dejaban las ruinas y se dirigían a los dos autobuses que los esperaban para llevarlos al hotel de Nápoles donde paraban. Varias mujeres iban desarregladas, con el cabello revuelto. No faltaban los representantes del sexo masculino, con sus pantalones sucios de tierra. Habían caído de rodillas cuando, dos horas antes, habían escuchado una fragorosa estampida a la distancia, que creían era un terremoto. O una nueva erupción del Vesubio. Los había tranquilizado Peppino Latrippa, el custodio de la ciudad sepultada por la lava del volcán milenario. Trepado a una silla destartalada, con su improvisado inglés, les había explicado que eran los «fans» de un futbolista argentino llamado Maradona que festejaban su arribo a Nápoles, la ciudad que ellos amaban apasionadamente. Vueltos a la calma, tranquilizados por la serenidad recuperada, aunque sin saber casi nada de aquel fantasmal “Maradona”, al salir por el portón principal que Peppino estaba por cerrar, cada uno de los visitantes ponía en sus manos, como señal de agradecimiento, un billete verde de 10 o 20 dólares, seguido por una reverencia. Peppino, con su esposa Filomena y sus cuatro hijos, vivía en una humilde casita dentro del parque arqueológico y desde hacía muchos años se había tomado como una misión custodiarlo, cuidarlo, limpiarlo y protegerlo, con un amor que contrastaba el bajo salario que le pagaban. Esa noche, a la hora de la cena, reunió alrededor de la austera mesa a toda la familia y juntos rezaron tres Padres Nuestros y Tres Aves Marías, como agradecimiento por los dólares japoneses que aquella tarde habían aterrizado en las manos callosas de papá Peppino. La familia Latrippa se dirigía así a Dios, agradeciéndole por haber sido elegida como destinataria del ‘primer milagro de Diego’ en favor de los napolitanos.”
El sábado 7 ya estaba en la Argentina. Venía a pasar sus 18 días de vacaciones. El 24 de julio debía integrarse al equipo.
El aeropuerto de Ezeiza estaba desbordado. Fuimos muchos los periodistas, fotógrafos y camarógrafos que lo esperamos desde la madrugada. Apareció con su tapado de zorro blanco. Caos, como casi siempre pasó con Diego. En aquella época a la salida del hall había canteros con flores. Muchos, al ir retrocediendo mientras Maradona avanzaba, tropezaron y terminaron en el piso. Firmó autógrafos y recordó lo que pasó en Nápoles. Yo estuve ahí, con él. Fui como cronista de GENTE con el fotógrafo Carlos Navas. Tres años antes lo había visto debutar en Boca contra Talleres (4 a 1, el 22 de febrero de 1981, el día del relato de Víctor Hugo Morales por Radio El Mundo cuando relató uno de los penales de Diego a Héctor Baley: “...la soltó mansa, como una lágrima”). Estuve en la tercera bandeja con mi primo Aldo. Habíamos venido desde Pirovano. Tenerlo ahí, mano a mano, aún hoy es un sueño. La foto habla. Y Diego llegó ese sábado 7 de julio cuando Boca estaba en su peor crisis: nada había quedado de su Boca Campeón del ‘81. Huelga, 12 jugadores suspendidos y al día siguiente, domingo 8, contra Atlanta perdió 2 a 1 y jugó con camisetas sin números: tuvieron que pintarlos con marcadores.
En su país, el que más amó, recordó su presentación en Italia: "Fue un recibimiento increíble. Pero tuve una más grande aquí con la hinchada de Boca. Esa hinchada sí que pesa y la recordé cada vez que levantaba el brazo en Nápoles y me aclamaban como si hubiera hecho un gol. Hubiese querido que todos los periodistas que hablan mal de Maradona hubiesen visto lo que fue la recepción. Hasta ésos que no me quieren se hubieran sentido orgullosos". E hizo referencia a los millones de dólares: "A mi no me crea ninguna responsabilidad que me digan el pibe de oro, patrimonio nacional o emperador. Yo juego al fútbol y les devolveré todo el afecto de la gente". Para Diego, "Nápoles es una ciudad que vive detrás del fútbol. Les prometo una lluvia de goles. Napoli va a pelear el título.”
Más allá de sus palabras, del tapado de zorro blanco se habló en todos lados. Se dijo que lo había comprado en Groenlandia, que lo pagó 5.000 dólares. Nada de eso importó. Diego, como siempre, dio que hablar. Como ayer, hoy y siempre.
Ese sábado 7 fue interminable. Periodistas de todo el mundo también lo seguían a Argentina. La guardia y seguimiento la terminamos cuando quiso Diego: fue con toda su familia a A Mamma Liberata, el restaurante italiano que estaba en Medrano 974. Todos comieron pastas. Todos felices.