Mauricio Schiber fue una de las víctimas del atentado contra la AMIA de que este jueves se cumplen 30 años. El presidente Javier Milei sostuvo hoy su foto en el acto que se realizó por el aniversario.

Según indicaron desde la AMIA en sus redes sociales, Mauricio trabajaba de lunes a viernes en la vigilancia de la sede. A las cinco de la tarde, cuando terminaba su jornada laboral, se encontraba con su esposa Raquel, tomaban juntos el colectivo 99 y alquilaban una película para ver en video a la noche. No le gustaba mucho salir y los fines de semana prefería quedarse en casa.

Durante veinte años, Mauricio había atendido su marroquinería en Ramos Mejía hasta que, a raíz de una estafa, tuvo que cerrar. Desde entonces, se dedicaba a la vigilancia de la AMIA, pero siempre extrañó su negocio.

Tenía dos nietos, Diego de ocho años y Leandro de casi dos, por quienes se desvivía. Aunque estuviera cansado, nunca se negaba a llevarlos a la plaza.

Con Diego, lo que más hacía era jugar al ajedrez; casi siempre perdía y su nieto lo cargaba. Leandro, en cambio, prefería acompañarlo a hacer la siesta. Cuando Mauricio se levantaba de la mesa y decía: "Bueno, me voy a dormir..." Leandro lo miraba y corría hacia él. A las dos horas se levantaban ambos sonriendo. 

“Ahora camina por la casa y busca. Soy su mamá, sé que busca a su abuelo y no lo puede encontrar. Solo mira sus fotos y mueve la cabeza diciendo: ‘No está’”, contó su hijo tras el atentado.

Días antes del ataque, Mauricio se había dado un golpe en una pierna. La familia insistía en que el lunes no fuera a trabajar, pero él argumentó que con hielo iba a bajar la hinchazón. El domingo 17 de julio de 1994, su hijo y sus nietos fueron a su casa a ver la final del Mundial, siendo el último día que pasaron juntos.