Por Prof. Antonio Las Heras (*)
[email protected]

Afines del siglo XV fue necesario “oficializar” la existencia de lo que pasaría a conocerse como Nuevo Continente. El navegante genovés Cristóbal Colón tenía perfecto conocimiento de que no viajaba en busca de Japón, ni del extremo de Asia, sino de unas tierras a las que los europeos, así como vikingos, fenicios, chinos e hindúes, visitaban desde hacía siglos con fines sólo comerciales.

Cuando ya era imposible mantener el “secreto” los reyes de Portugal, España y Francia, en acuerdo con el Papa, moldearon un plan que les permitiera dar a luz los hechos entramados en una leyenda, para la cual se prestó Colón sin prejuicios, y que les permitiera hacerse, en forma legal, de esas tierras que no figuraban en los mapas oficialesà ¡pero si en los de muchos avezados navegantes!

Un detalle a considerar: El Papa Alejandro VI otorga las tierras a España y Portugal antes que Colón haya concretado su “descubrimiento” y regresado a Europa. ¿Cómo tenía certeza Su Santidad de que habrían de hallarse nuevas tierras? A la vez el Rey de Francia informa al embajador español que su corona reconocerá el laudo pontificio, menos aquellos sitios a donde sus pescadores viajan desde dos siglos atrás. Bartolomeo Colón, hermano de Cristóbal, era un eximio cartógrafo y aprendió de él.

En esos tiempos hace un viaje a Irlanda y a Groenlandia llegando, probablemente, a las costas de América del Norte. Groenlandia era conocida como Findland y había colonias vikingas establecidas entre los siglos X y XIV en la región costera de Norteamérica. Colón consigue ingresar, con la ayuda de una dama de la nobleza, a los archivos de la tesorería del Rey portugués en Lisboa.

Allí encuentra, entre otros, el mapa del matemático Paolo del Pozzo Toscanelli (1397/1482) que muestra las costas de una supuesta “Asia” muy próximas a Europa. Cristóbal residió por cinco meses en Lisboa y, al parecer, confirmó la idea de que del otro lado del Atlántico hay tierra. Se instaló por un tiempo en las Islas de Madeira (Portugal) donde conversó discretamente con los más avezados marineros quienes le refieren datos, aunque muy difusos, de que en el otro extremo del océano hay tierra.

Además comprueba que, de vez en cuando, las aguas atlánticas arrojan a las costas objetos (Maderas manufacturadas, por ejemplo) de origen desconocido. Escucha, de distintas fuentes, el comentario de que una vez habían hallado un navío con cadáveres de seres humanos llevando vestimentas nunca vistas ni antes ni después.

En la Universidad de Salamanca, Colón brindó su informe a los sabios geógrafos afirmando que encontrará tierra a 5.772 km. de la costa europea. (Lo cual es cierto.) Los científicos no aceptan su idea.

Ya en marcha la expedición, Colón puso al mando de La Pinta a Martín Alonso Pinzón, “casualmente”, el primero en advertir tierra... quizás porque en sus mapas ya figuraban esas islas y conocía de antemano cuando habría de observarlas, y porque ya era un descollante navegante a quien, años antes, una tormenta había llevado su embarcación hasta lo que hoy es el norte de Brasil.

Es interesante destacar que ya en el siglo XIII llegaban a Normandía troncos de madera “brasil” manteniéndose en secreto el origen de los mismos, salvo en el “Libro de los Gremios” en que se deja clara constancia. De esos mismos “Gremios” surgirá cuatro siglos después la Masonería moderna. A la vez eran, en ese siglo XIII, los Templarios quienes administraban los Gremios y eran conocedores de América de donde también conseguían la plata con que financiaron todas sus construcciones.

El viaje de Colón no es, pues, otra cosa que el camino elegido para la revelación pública de datos secretos que estaban en manos -desde hacía siglos- de la realeza, los grandes comerciantes y los principales capitanes de mar. Cuando ya no era posible seguir manteniendo el secreto, se toma la decisión de difundir esta información guardándose Portugal y España -entonces dueñas del poderío marítimo- de dividirse los territorios (mediación a cargo del Sumo Pontífice) aún antes de haberlos descubierto “oficialmente”.

Posteriormente, Antonio Pigafetta, en la primera expedición de Magallanes, conocía las características de la entrada al estrecho (1520) antes que, siquiera, lo hubieran visto. Fue uno de los 18 hombres que completaron la primera vuelta al mundo, de una expedición que se inició con 265 tripulantes. O fue muy afortunado... o contaba con mayores conocimientos previos que aún el mismo Hernando de Magallanes.

VARIOS ANTECEDENTES
MARINO DE TIRSO YA CONOCÍA LA RUTA...


El “Nuevo Continente” era conocido por todos los marinos expertos, cuando aún Colón ni siquiera pensaba en atravesar el Atlántico. Numerosas embarcaciones viajaban a estas tierras, sobre todo por el intenso tráfico de mercaderías que había. Los marinos, antes de zarpar, juraban, si eran cristianos, sobre los Evangelios no revelar ni el destino ni la ruta del viaje.

Marino de Tiro (Siglo I a. J.) realiza la travesía en un barco romano guiado por un capitán griego. Eran barcos enormes con capacidad hasta para 600 pasajeros y amplias bodegas. Hace un viaje comercial a Indochina navegando por Borneo y siguió al este navegando muchos días hasta llegar a Catigara, una población en las actuales costas peruanas del Océano Pacífico.

El famoso mapa de Ptolomeo, que muestra el continente americano, se basa en el mapa trazado por Marino de Tiro. Chinos e hindúes conocían América a la que llegaban al navegar un “golfo gigantesco” que en los mapas figuraba como “Sinus Magnus.” Creían que era un golfo al bordear las costas asiáticas y americanas del Pacífico.

Los chinos, excelentes navegantes, llevaban en sus navíos a los hindúes, muy buenos comerciantes pero malos navegantes. Catigara es una palabra sánscrita. Está próxima a Chan Chan, en el Golfo de los Chinos, y a Petén, donde se habla una forma de lengua china desde siempre. No deja de ser sorprendente que, entre las ropas que usualmente vestía el pueblo Inca se encontraban algunas hechas de seda de orígen chino.

Más claro, ¡imposible! Ambas civilizaciones se conocieron y hasta comerciaron sus productos. Desde el siglo XIII los europeos llegaban a América. Normandos, bretones y vascos pescaban en Terranova desde el Siglo XIV, a punto tal que aún hoy hay un sitio llamado “Cabo de los Bretones”.

(*) Doctor en Psicología Social, fi lósofo y escritor. Magister en Psicoanálisis. Pte. Asoc. Arg. Parapsicología y de la Asoc. Junguiana Argentina