Prof. Antonio Las Heras (*)
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Unos 25 siglos atrás el Oráculo al dios Apolo Pitias, situado en Delfos, tenía singular e inigualable fama. La denominación original de “Apolo Pitias”, si bien de manera habitual se dice “oráculo a Apolo”, se debe al hecho de que Apolo es considerado vencedor de la lucha con la serpiente Pitón.

Dicho lugar se encuentra a 164 kilómetros de Atenas, está a 700 metros sobre el nivel del mar en una zona rocosa con peligrosos despeñaderos del monte Parnaso. Allí, las sibilas vaticinaban el futuro a los poderosos que, ansiosos, concurrían a consultar el Oráculo a Apolo Pitias, que era el dios principal de este afamado santuario. Tras mucho tiempo de planificación, nos dirigimos al Oráculo al dios Apolo en Delfos.

La visita al lugar sacro comienza visitando una pequeña ágora (plaza pública). Luego, hay que avanzar subiendo escalones en la piedra misma hasta llegar al sitio clave: el templo al dios Apolo. A la vera de esa escalera, sobre el lado de la colina, se nota el espacio donde los sacerdotes hacían exhibir notorios regalos dejados por consultantes agradecidos. Esto tenía una razón: que quien quisiera pedir consulta supiera que esto implicaba hacer donaciones importantes al oráculo. Pedir ayuda a los dioses no era gratuito... Por eso sólo los acaudalados pudieran hacerlo.

No era fácil conseguir que los sacerdotes accedieran. Nunca se trató de ir, llegar, preguntar e irse. El tema requería días, a veces semanas. Lo que generó la construcción de hotelería, un área circular construida en el siglo IV a. J. donde se representaban obras teatrales, un estadio para 7.000 espectadores e, incluso, hay datos de la existencia de un hipódromo, aunque aún no hayan podido localizarlo.

¿La razón?: Eran negocios manejados por los sacerdotes de Apolo. Los interesados gastaban su dinero allí hasta el momento en que lograban, si lo conseguían (no todos eran aceptados por el oráculo), recibir el anhelado vaticinio. Del templo original solo quedaban los cimientos cuando, en 1890, arqueólogos franceses iniciaron tareas de reconstrucción. A la vez se levantaron seis columnas de estilo dóricas que se destacan.

El estadio (para llegar caminando se requiere de estado atlético) se usaba para celebrar los Juegos Píticos desde el año 582 a. J. que conmemoraban la hazaña de Apolo al matar a la serpiente Pitón; la hija de Gea, esto es la Madre Tierra. La visita al museo da inicio al recorrido. Allí hay objetos hallados en las excavaciones hechas allí.

Está el Ombligo de la Tierra, réplica en piedra de aquella que, según la tradición, arrojaron las águilas en el punto donde esas aves se encontraron por indicación de Zeus para determinar el centro del mundo; el Auriga, uno de los pocos cobres procedentes del siglo V a . J. y una escultura que representa la cabeza de Dionisios.

Considérese que en el siglo VII A. J., el oráculo estaba en pleno esplendor. La visita concluye con la caminata hacia donde fluye el agua de la fuente Castalia. Allí la pitonisa debía hacer sus abluciones ingresando por completo a las aguas, sin lo cual no le era permitido hacer vaticinios. Era, también, el lugar donde a cada visitante de entonces le era requerido expiar sus culpas.

Para ello, según la magnitud de las mismas, alcanzaba con lavarse la cara o mojarse por completo. A esas aguas se les adjudicaban poderes curativos. No lo descartamos y, sin titubear, realizamos el baño ritual. La jornada veraniega invitaba a hacerlo. Según el historiador y filósofo Jenofonte, (431 a. J./ 354 a. J.) Creso (siglo VI a. J.), último rey de Lidia, preguntó al oráculo sobre cómo podría pasar el resto de su vida siendo feliz. La respuesta es una enseñanza aún hoy vigente. Dijo la pitonisa: “Si te conoces a ti mismo realizarás la travesía de la vida felizmente.” Conviene tenerlo en cuenta.

LAS SIBILAS
AQUELLAS VÍRGENES ADIVINAS, LLAMADAS PITONISAS

Este sitio de la antigua Grecia era, en realidad, un verdadero centro de reunión y peregrinaje, en pos de averiguar qué tenían las divinidades del Olimpo, y también las que albergaban en otros sitos del orbe, deparado para los simples humanos. Dirigido por un grupo de sacerdotes, el acto mántico, entiéndase así por adivinatorio, lo hacían unas muchachas vírgenes llamadas sibilas o pitonisas.

Una tradición, nunca comprobada, afirma que estas adivinas tomaban asiento sobre un trípode e inhalando gases tóxicos emanados de las entrañas mismas de la Tierra, en un lugar aislado y subterráneo del templo, quedaban en condiciones para manifestar vaticinios realizados mediante palabras extrañas e incomprensibles que eran traducidas, para conocimiento del consultante, por el sacerdote de turno.

Mientras se recorren estos sitios, aparecen los pedestales donde en las épocas de esplendor del lugar hubo estatuas conmemorando triunfos bélicos vaticinados por las sibilas y también objetos demostrativos de la opulencia que fue característica de este santuario.

(*) Doctor en Psicología Social, fi lósofo y escritor. Magister en Psicoanálisis. Pte. Asoc. Arg. Parapsicología y de la Asoc. Junguiana Argentina.

Por A.L.H