Por Alicia Barrios.

"Seguís siendo el mismo”, le dije cuando estuvimos a solas, en Sumaré, Río de Janeiro, durante el viaje apostólico. “Un hombre a los 76 años, no cambia mucho”, respondió. Nuestro último encuentro había sido en la previa del cónclave y después, ni bien fue electo Papa. Ahí, sentí por primera vez dónde estaba el poder. Lo vi caminando, entre las personalidades más importantes del mundo, desde reyes hasta presidentes. Se movía como si hubiera estado preparado para eso. Su estilo calmo, sereno, sin inmutarse, ante las personalidades que lo rodeaban y pugnaban por darle la mano. No aceptaba que le besaran el anillo.

“Carucha”, como le apodaron, de una vez y para siempre, sus alumnos de la Inmaculada de Santa Fe, estaba como si nada. Aún no se había acostumbrado a su nuevo nombre, Francisco, y tardaba en darse vuelta cuando lo llamaban. Le llevó un tiempo, porque era lógico para alguien acostumbrado a que le dijeran padre Jorge, toda la vida.

A los 76 empezó otra vida, la de su pontificado. A esa edad, cuando, no son pocos los que se quejan por los achaques, él siguió caminando con sus pasos de jesuita y aceptó el desafío. En el cónclave, con el resultado de la votación en la mano, pidió estar a solas. Dice que en ese preciso instante, sintió una paz infinita que no era suya, sino del Espíritu Santo que no lo abandonó hasta el día de hoy. Hablando con los obispos de Buenos Aires, les pidió: “Recen para que no me la crea”.

Eso sólo por citar algunos ejemplos; otro que hay que aprender es que cuando se hizo cargo del Vaticano, hacía muchos años que no se ejercía el poder de un Papa. Juan Pablo ll estuvo media década muy enfermo, la burocracia mafiosa empezó a crecer y a copar lugares. A tomar decisiones por él.

Benedicto XVl, fue una gran persona y uno de los teólogos que hicieron escuela en el siglo pasado. Todo no se puede, porque le costaba, le resultaba imposible conducir. Hasta su renuncia pasaron ocho años y cinco anteriores, trece en que el entorno desbordó en corrupción, abusos, hizo estragos.

Alicia Barrios, la autora de esta nota, junto a Francisco en El Vaticano.

Bergoglio jamás se quejó de la herencia recibida. Trabajó duro el momento y parejo por el bien común, sin pensar en el costo que tendría que pagar. No delegó jamás una decisión, tuvo tolerancia cero con los abusos, limpió las cuentas del Vaticano, se deshizo de los corruptos, cambió a casi el 70 por ciento de los cardenales. Abrió las puertas de la Iglesia para los pobres, se comprometió con los inmigrantes.

Ni hablar de su imagen del 27 de marzo del 2020 en plena pandemia. Atravesando la plaza San Pedro, solito y su alma. Así leyó el Evangelio con El Cristo de la Peste de un lado y la Virgen de la Salud del Popolo Romano del otro. La fragilidad se había adueñado de un mundo que necesitaba consuelo. Ahí estuvo Bergoglio, el único líder mundial que se comprometió con los demás. Fue una invitación a cuidarnos y a tomar conciencia de que estábamos en la misma barca porque pertenecemos a la misma humanidad.

Vive día a día, esforzándose por la paz. No para con una misión tan difícil de dos países cristianos ortodoxos, como Rusia y Ucrania, pero profundamente divididos entre sí. Para Bergoglio el tema del descarte es recurrente y lo fue durante todo su apostolado desde que es sacerdote. Es la explotación y la exclusión. Es la crítica que hace al capitalismo salvaje, que no tiene en cuenta al otro, ni a lo social, donde no existe la mirada humana. Más que una crítica, es un llamado a la humanización.

Francisco desde que tuvo uso de razón es, fue y será un poeta de la Biblia. Él vive una iglesia que predica, que se encarna en varias culturas y toma todo aquello que hace que el pueblo, la lengua, los modos de expresión, memoria, se constituyan como pertenencia. No es esa falsa conciencia de que todo empieza cuando empiezo yo.

Perder raíces, por lo acelerado que se va lo más suelto por la vida y se pierde la reflexión, la profundización, se diluye la inteligencia. Él encuentra la verdad en la poesía. Por eso cita el poema de Francisco Luis Bernardez: “Lo que el árbol tiene de florido, le viene de lo que tiene sepultado”.

Por A.B.