Por La chica urbana

@ChicaCronica

Capítulo 4

De la mañana a la noche salimos de una reunión en Zoom y entramos a otra, a otra y a otra. Son los 40 minutos más largos de nuestra existencia. El coronavirus logró que descubramos esta nueva herramienta de conexión que para muchos hasta ahora era desconocida. ¡Maldita cuarentena!

Nos arreglamos, nos ponemos lindos y salimos más o menos presentables en ese pequeño rectángulo donde no se revela que debajo tenemos el pijama puesto. A nuestras espaldas se hacen públicas nuestras vacías bibliotecas, el cuadro que pintamos deformemente alguna vez, el único pedazo de pared sin humedad que tenemos en la casa o ese fondo de pantalla que se puede agregar para que no se vea que estás en el baño. Y debajo, seguimos con el pijama puesto.

El Presidente Alberto Fernández encabezó en forma virtual el acto central por el 204° Aniversario de la Declaración de la Independencia.

Tenemos una agenda de interminables reuniones por videollamadas desde laborales hasta clases, cursos, actos patrios y fiestas de cumpleaños a las que no hubiéramos asistido de forma presencial pero nos da la excusa para abrirnos un vino. Y debajo, seguimos con el pijama puesto.

Llegamos tarde aunque la cita sea en nuestra propia casa. La mala conexión a internet, el retraso en una reunión anterior, el link que no funciona, la pérdida de la contraseña o cualquier excusa que pueda ser válida mientras sea inchequeable. “Hola, ¿me escuchan?”, “Tenés el micrófono inhabilitado”, “Esperen que vuelvo a entrar…”, de los 40 minutos perdemos 20 intentando al fin empezar una reunión para la que todavía no descubrimos por qué participamos.

El Senado  de la Nación comenzó el 13 de mayo a sesionar de forma virtual para sancionar las primeras leyes a distancia.

Entre sonidos de fritura, audios que se acoplan, niños que se asoman y se cuelgan de los hombros de otro asistente, perros que ladran en el fondo y contagian el ladrido de otros que están del otro lado, estamos ahí, con el pijama puesto.

¿Quién hubiera dicho que íbamos a terminar así? Atados a una agenda que nos lleva a un encuentro y a otro, y a otro, estando aislados y solos. Transmitiendo desde esa celda virtual convertida en prisión, parecemos muy atentos ocultando estar hartos de ver a todos sin ver a nadie. La vida es un Zoom en loop en este aislamiento social, preventivo y obligatorio interminable donde nos reunimos mil veces para, al fin, sentirnos ocupados.

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