La chica urbana (en cuarentena): ¡Tomemos distancia!
Un nuevo capítulo de una serie de eventos desafortunados donde la ciudad, sus historias y sus contextos se ven desde un punto de vista diferente.
Por La chica urbana
@ChicaCronica
Capítulo 9
En un país donde culturalmente hacer una fila es casi imposible lograrlo utilizando un espacio sin tener gente encima, pensar en una futura “nueva normalidad” con distanciamiento social se hace difícil mientras siga el coronavirus en Argentina. La única distancia que pudimos aprender y cumplir con rigurosidad es la que nos enseñaron en la escuela, con el brazo extendido para marcar la distancia entre cada uno de nosotros. Pero al parecer, una vez que crecemos la olvidamos.
La parada del colectivo, donde estamos siempre todos bien acurrucados y bien pegados frente al techito en un día perfectamente soleado. La estación de subte, donde una fila no existe y donde gana el más aeróbicamente preparado o bien, el más cargado de bultos que te expulsa de tu espacio plantándote su mochila o su guitarra en la frente. ¡Misión imposible hacer una fila a distancia en este país!
El aliento del otro soplándote por atrás en la nuca, la cartera de la señora incrustada en tu espalda, el hijo ajeno pegándote patadas en los gemelos... ¿Cómo alejarnos de esa particular forma de ocupar el espacio del otro sin importarte si le molesta, no?
Basta subir a un colectivo vacío, elegir el asiento más apartado y solo, para que uno se pare colgado del barandal, apoyándote su miembro en el hombro. Basta sacar el número para que te atiendan en una caja del banco, seleccionar una silla en una fila vacía de siete sillas para sentarte a esperar que te llamen, que aparece uno para sentarse en la silla de al lado con un sándwich de salame en la mano dispuesto a toserte bien cerca, para que puedas descubrir en segundos lo que eligió para su horario de almuerzo.
Este país, donde nadie sabe por qué hay gente que prefiere hablarte bien de cerca. Esa que cuando te alejás para mantener una distancia razonable, vuelve a mover todo su cuerpo para volver a hablarte bien de cerca. ¡Gloria a los barbijos!
Pegados, como fideos pasados, nos gusta a los argentinos hacer una fila. Bien cerquita unos con otros, todos esperando en el mismo metro cuadrado. ¿Será que tememos que nos saquen el lugar? ¿El lugar en una fila que está en orden? Primero el que llegó primero, segundo el que llegó segundo, y así…
Cola con cola no es una cola. Bailar pegados no es hacer una fila, es bailar. ¿Quién querría bailar en la fila del Pago Fácil, en el cajero o en la parada del 60? ¿Sabremos manejar la nueva normalidad? ¿Sabremos mantener el distanciamiento social? ¿Aprenderemos de una vez por todas que aunque el aire es libre puede estar contaminado?
“¡Atrás!”, gritaba la empleada pública de Antonio Gasalla. ¡Y lo bien que hacía!
Tomemos distancia que el cuerpo ubicado en un espacio libre también es un cuerpo y no quiere ser invadido por la ansiedad de quienes no pueden esperar su turno y necesitan estar muy cerca del otro para sentirse acompañados en la tortura de hacer una cola en una ciudad donde somos millones pero nos encontramos totalmente solos.