Por La chica urbana

@ChicaCronica

Capítulo 10

Esencial para que los niños, niñas y jóvenes puedan estudiar. Esencial para que los adultos podamos trabajar. Esencial para que los familiares y seres queridos puedan continuar comunicados. Esencial para que todos podamos, absolutamente todos, estar informados de los anuncios, de lo que sucede y de las medidas de precaución para combatir el coronavirus en la Argentina. ¿Qué parte de servicio esencial no se entiende de internet, de la telefonía y de la televisión por cable?

Medios que sin ellos no podríamos hacer nada en un mundo que avanza. y en una era moderna atravesada por una pandemia. No es un servicio de lujo, es un servicio claramente esencial.

La pandemia puso en evidencia las desigualdades a la hora de acceder a estos medios de comunicación que deben cumplir la función para la que nacieron: comunicar. Comunicarnos entre nosotros y comunicarnos con el mundo, y no dejarnos aislados por el sólo hecho de no poder pagarlos.

Medios que en la normalidad han dejado afuera a muchos, alejados de la posibilidad de informarse, de acercarse a la cultura, de interesarse por la ciencia, de absorber conocimientos, por el sólo hecho de convertirse en medios con acceso para unos pocos.

Medios, en muchos casos monopolizados, que convirtieron a clientes en rehenes. De sus descontrolados precios, de sus constantes maltratos y de sus repetidos aumentos, cada vez que encontraron la oportunidad. Para no profundizar en los “si pasa, pasa” en las facturas y de sus reiterados cortes.

La imposibilidad a la que nos han sometido durante años, de realizar justos reclamos, a cada uno de nosotros. Nosotros, los que hemos sido privilegiados de poder contratarlos, aún cuando nos estaban maltratando con sus servicios mediocres y sus líneas de atención al cliente. Líneas en las que te atiende una máquina, te dejan esperando por horas con una música horrible hasta cansarte. Y si has tenido la bendita suerte de encontrar a un ser humano del otro lado, hasta han tenido la osadía de cortarte para dejarte hablando solo.

¿Quién no ha llamado alguna vez para quejarse por los abusos de sus servicios? Basta poner sus arrobas en Twitter para encontrar hilos interminables de desdichados clientes agotados de sus silencios o mentiras.

No ver lo esencial en lo esencial no es de ciego, no es de negador, es de necio. De ese necio que sólo puede verse a sí mismo, aún cuando también ha sido rehén de estos servicios. Quejarse de que sea considerado un servicio esencial es síndrome de Estocolmo o síndrome de choto, según prefiera. 

Si la pandemia nos da la posibilidad de ver más allá de nuestras narices y observar que el mundo no está sólo repleto de “gente como uno”, a lo mejor algo de este nuevo mundo que se acerca, pueda ser para mejor.

Que las cosas cambien dependerá de nosotros como siempre, otra vez, y será una oportunidad única para ser mejores, o bien de poder seguir siendo una sociedad desigual, que corre la mirada para otro lado ante las miserias y se arma un universo imaginario que sólo los representa a ellos, y nada más que a ellos. Un mundo del revés, que se ve bien al derecho pero que no reconoce ningún derecho que no sea para beneficio propio.   

El DNU sobre telecomunicaciones de Alberto Fernández