Algunos organizamos nuestra fiesta virtual por Zoom mezclando la familia junto a los pocos amigos y compañeros de trabajo que se acordaron. ¡Mala idea! Entre que esperamos a que todos se conecten, presentarlos para que se conozcan y que dejen de hablar a la vez, de los 40 minutos nos quedaron 5.

Y hubo otros que de su mejor día del año hicieron una agenda más asfixiante que el barbijo. A la mañana con la familia, después con los compañeros de trabajo, a la tarde con sus amigos del secundario y a la noche con el grupo de siempre. para tener la excusa de brindar con un vino y ahogar las penas de un día agotador.

Tuvimos que hacernos nuestra propia torta con lo que había o pudimos conseguir. Y la hicimos como pudimos. Usando las pocas armas que tenemos de pasteleros apenas logramos que parezca un pedazo de escombro de una obra en construcción abandonada.

A oscuras y haciendo de cuenta que nada podría ser peor, soplamos nuestra propia vela solos, mientras del otro lado se escuchó totalmente fuera de tiempo y con problemas de conexión una versión muy desafinada de la famosa canción del cumpleaños feliz. Pero soplamos… para luego comernos en compañía de nadie nuestra torta versión cuarentena. Con suerte dejamos a todos tentados del otro lado y nos odiaron por eso.

No tuvimos chizitos, ni papitas para ponerle a los sandwichitos, ni nos saludaron como en otras épocas. Con suerte nos llegó algún regalito por delivery, de alguien que se apiadó y quiso sorprendernos. ¡Deberíamos exigir que este año nadie sume un año más y así poder olvidar este cumpleañitos que pasamos en cuarentena!