A Francisco, en el Vaticano, lo querían y lo quieren ver muerto. No todos, pero sí sus enemigos. Acá en la Argentina, también. En la jerarquía eclesiástica local, la vigente cuando Francisco asumió, no la actual, había muchos intereses y compromisos espurios, ligados a la elite de corrupción romana.

Un empresario de cuyo nombre no quiero acordarme, muy relacionado al entorno de Juan Pablo II, quien llegó a cobrar hasta siete mil euros de esa época el acceso a una audiencia pública, cuando desde la Plaza San Pedro oyó el nombre de Jorge Mario Bergoglio como nuevo Papa, cayó desplomado. Se desmayó del disgusto. No es para menos. Este hombre amasó una fortuna, incalculable, gracias a sus contactos y favores non sanctos con el cardenalato italiano. Invirtió, eso sí.

Llenó de plata las manos de muchos periodistas para que hicieran campañas contra Bergoglio cuando era arzobispo de Buenos Aires. Se ocupó de ensuciarlo hasta conseguir que en una radio lo llamaran "el fallecido cardenal Bergoglio". No sólo su dinero, mal habido, fue a parar al arca de algunos medios, sino que él tiene propiedades en varios lugares top del mundo, por ejemplo Punta del Este, y también en una de las exclusivas siete colinas de Roma, donde fijó su domicilio.

Todas estas bocas de expendio de dinero sucio se cerraron. La era bergogliana se desprendió de ellos. Les soltó la mano. El único camino era la salida. Eso sí, fondos y auspicios no les faltan para, desde afuera, seguir golpeando a la figura del Papa en todo el mundo.

Tienen secuaces que crecieron como el perejil por todas partes. Hierba mala nunca muere, pero se debilita. La sana, alentada por el Papa, empezó a hacerse cada vez más fuerte. Esas usinas de noticias falsas fueron las que instalaron que Francisco iba a renunciar porque se estaba por morir.

Es cierto que se habló de un próximo cónclave y de sus posibles reemplazantes. Bergoglio es un hombre fuerte de espíritu y cuerpo. No van a poder con él. Cuando sus enemigos van, él fue y vino no menos de veinte veces. Lo supo siempre, desde el instante en que fue elegido para suceder a Pedro. Por alguna razón, que sólo él conoce, eligió vivir en Santa Marta y no en el Palacio de la Santa Sede. No vaya a ser cosa que en un descuido lo fueran a dormir con un té. Auguri a tutti. Habemus Papa.

Por A.B.