Liz Truss, primera ministra británica Liz Truss, anunció el jueves que dejará su cargo a sólo 45 días de haber asumido el poder en reemplazo de Boris Johnson. La presentación llegó luego de haberse visto jaqueada por crecientes pedidos de dimisión de su propio Partido Conservador, luego de que su política económica hiciera tambalear a los mercados.

"Reconozco que, dada la situación, no puedo cumplir el mandato para el que fui electa por el Partido Conservador", dijo la política de 47 años desde la puerta de su residencia oficial ubicada en el número 10 de Dowing Street, apenas un día después de haber afirmado que era una luchadora y no alguien que se rendía.

Truss declaró que su agrupación elegirá a su sucesor en un nuevo proceso de votación interna que será organizado de aquí al final de la próxima semana. Pero no está claro que eso logre evitar el adelantamiento de las elecciones ante la situación sin precedentes desatada por la renuncia de la premier que menos tiempo estuvo en el cargo.


El líder del opositor Partido Laborista, Keir Starmer, reaccionó al anuncio de Truss exigiendo que se celebren "ya" elecciones generales.  La salida llegó horas después de que seis parlamentarios conservadores más se sumaron a otros tantos integrantes del oficialismo que ya habían pedido que diera un paso al costado.

Truss sufrió el miércoles un nuevo golpe con la renuncia de la ministra del Interior, Suella Braverman, quien dimitió luego de haber enviado por "error" un documento oficial desde su correo electrónico personal, algo que viola las reglas ministeriales.

En su carta de renuncia, lanzó evidentes críticas a Truss, al decir que tenía "preocupaciones sobre la dirección del Gobierno". "La (correcta) administración del Gobierno depende de que las personas acepten la responsabilidad por sus errores", escribió.


Esta baja era la segunda en el Gabinete tras el despido del ministro de Finanzas, Kwasi Kwarteng, cara visible de la presentación de un plan económico que generó las turbulencias financieras.

La libra cayó a su nivel más bajo de la historia y los rendimientos de los bonos de Estado a largo plazo se habían disparado, mientras que el Banco de Inglaterra tuvo que intervenir para impedir que la situación no llegara a una crisis financiera.