"Desearía que esté en el fondo del mar": la estremecedora y premonitoria carta de amor del cordobés que murió en el Titanic
Casi 1.500 personas murieron en el siniestro marítimo ocurrido en el océano Atlántico hace más de un siglo, y entre las víctimas se encontraba un joven con una historia particular y hasta predictora.
Tras cumplirse 110 años del hundimiento del RMS Titanic en las frías aguas del océano Atlántico, las historias de sus tripulantes emergen desde el fondo del mar para contar cómo vivieron, sufrieron o murieron en un hecho que quedó grabado en los libros del mundo.
Una de esas historias tiene como protagonista a Edgar Andrew, el único argentino que falleció en esa tragedia naval (hubo otra compatriota que pudo sobrevivir). El joven, que en ese entonces tenía 17 años, era hijo de ingleses, pero nació en la localidad cordobesa de San Ambrosio, cerca de Río Cuarto.
Su historia comenzó con su nacimiento el 28 de marzo de 1895, en la estancia “El Durazno”, de esa localidad cordobesa, según relata el museo virtual que lleva su nombre. Edgar nació allí, ya que su padre, Samuel Andrew, trabajaba para el exGobernador de Córdoba, Ambrosio Olmos.
Al llegar a la edad escolar, lo mandaron a Río Cuarto a realizar sus estudios primarios, mientras que en 1911, cuando tenía 16 años, fue enviado en contra de su voluntad a Inglaterra. El objetivo del traslado decidido por su madre era conocer a sus familiares, mejorar su inglés y, principalmente, continuar su proceso formativo.
La embarcación de Andrew en el Titanic se dio de manera sorpresiva y sin aviso previo. Es que, Alfredo, uno de sus seis hermanos mayores, quien vivía por ese entonces en Estados Unidos, lo invitó a su boda y a quedarse en ese país norteamericano trabajando en la empresa de su futura esposa.
Por este motivo, Andrew sacó boletos para viajar el 17 de abril en el barco Oceanic. Sin embargo, una protesta de carboneros lo obligó a cambiar ese pasaje por otro en el Titanic, que salía una semana antes y le negaba así encontrarse con su amiga Josey Cowan, según señala el museo creado por Analía Gozzarino y Nicolás Cheetham con la colaboración de Marianne Dick, sobrina-nieta del cordobés fallecido en el Titanic.
Titanic: predicción del final
En una increíble jugada del destino, dos días antes de zarpar, el joven cordobés le escribió una carta a su allegada en la que señaló: “Figuresé Josey que me embarco en el vapor más grande del mundo, pero no me encuentro nada orgulloso, pues en estos momentos desearía que el Titanic estuviera sumergido en el fondo del océano”.
Tan solo un par de días más tarde, el novedoso barco para la época chocaba contra un iceberg y se hundía en el Atlántico norte, provocando la muerte de más de 1.000 personas, entre las que se encontraba Andrew.
Entre las versiones que circulan sobre el fallecimiento del cordobés en esa histórica tragedia, una de ellas afirma que Edgar Andrew le cedió su chaleco salvavidas a Edwina Troutt, una maestra de 27 años oriunda de la ciudad inglesa de Bath. No obstante, esa hipótesis nunca fue confirmada, aunque sí se constató que ambos compartieron la misma mesa en el comedor de la segunda clase del imponente barco.
Una de las aristas más increíbles de esta historia es que la valija del cordobés Andrew fue hallada en el 2000, nada menos que 88 años después del hundimiento del Titanic. Según narró el explorador David Concannon, quien encontró el objeto en “el primer descenso del nuevo siglo al Titanic”, dentro de la valija todo estaba intacto.
“La valija se abre y puedo ver una pila de libros. Milagrosamente, puedo todavía leer texto impreso a través de mi vidrio. Me doy cuenta de que estoy mirando las páginas de un libro que ha estado debajo del agua por más de 88 años, después de que su dueño lo perdiera en una de las tragedias más grandes de la historia. Las investigaciones subsiguientes indicaron que la valija pertenecía a un joven que viajaba en segunda clase, Edgar Samuel Andrew, un estudiante de 17 años de Argentina”, señaló.
“Es increíble cómo se conservó todo, hasta el papel, porque había una carta de la madre, había postales de Río Cuarto, toallas con su monograma que le había bordado mi abuela, zapatos, pantuflas, un sombrero, tintero, en total 51 objetos”, agregó el investigador.