La década del 70 estuvo marcada en nuestro país por cambios de gobiernos constantes, problemas económicos y revueltas sociales, pero si había algo más que le faltaba era la presencia de un violador y asesino serial de mujeres en la zona norte del Gran Buenos Aires.

Francisco Antonio Laureana era oriundo de la provincia de Corrientes y a pesar de que su infancia la transitó en un colegio católico, nada hizo prever que este seminarista terminara huyendo de aquella ciudad, por haber violado y ahorcado a una monja dentro del establecimiento.

En una época donde Carlos Robledo Puch ("El ángel de la muerte") había dejado su huella en diversas localidades del norte del conurbano, Laureana decidió instalarse en 1974 en la zona de Tortuguitas.

Su labor era la de artesano y confeccionaba collares, pulseras, aros y diversos elementos que él mismo armaba y vendía en ferias. Además, era habilidoso en la práctica de la madera y se transformó en un carpintero con buenos ingresos.

Se fue a vivir con una mujer (llamada María Romero), que ya tenía tres hijos, y lo insólito del caso, es que este sujeto solía repetirle a su pareja "no dejes a los chicos solos en la calles porque hay mucho degenerado suelto".

Lo cierto, es que tras la fachada de un hombre trabajador, con una familia y sin manchas, aparecería un violador y asesino despiadado, que terminó violando a 15 mujeres, de las cuales 13 fueron muertas por Laureana.

El modus operandi de un asesino

La policía bonaerense cree que el raid asesino de este sujeto, que solía pasearse por localidades como San Isidro, Martínez o Boulogne Sur Mer, comenzó en noviembre de 1974, cuando Laureana salía de su casa a bordo de su automóvil Fiat 600 y un bolso con dos armas a "buscar víctimas" por aquellas zonas.

Un dato aberrante de los casos que tenían a este predador, era que los ataques ocurrían todos los miércoles y jueves cerca de las 18, cuando una mujer o niña desaparecían y luego sus cuerpos eran encontrados en baldíos, con signos de violación y posterior muerte, que se daba por técnicas de estrabgulamiento o bien, baleadas con un arma de calibre 32.

Francisco Laureana vivía en esta vivienda de la localidad de Tortuguitas (Archivo).

Además, su modus operandi incluía el robo de los objetos de las víctimas, como anillos, cadenas, pulseras, entre otros, que se quedaba como "botín de guerra" tras los ilícitos.

Ahora bien, la pregunta que surge es cómo elegía a sus víctimas, a lo cual la respuesta es la siguiente: transitaba generalmente por la zona de San Isidro, miraba si había mujeres tomando sol en sus casas, si estaban en paradas de colectivos o si encontraba niñas jugando en las plazas.

Con el paso del tiempo, la zona norte estaba convulsionada por los casos que aparecieron y la prensa le puso el mote del "Sátiro de San Isidro", con lo cual comenzó una persecución de la policía por toda la zona, de hecho, 

En enero de 1975 comenzó la debacle del asesino serial, ya que tras matar a dos niñas de 5 y 7 años en la localidad de Boulogne Sur Mer, y a una mujer en su casa de San Isidro, en el escape de este último crimen, el asesino fue visto por un jardinero de la zona, y al darse cuenta de esto, baleó al trabajador y escapó raudamente.

El identikit que brindó la policía bonaerense (Archivo).

El hombre de apellido Ramírez fue hospitalizado pero salvó su vida, brindó una declaración a la policía y pudieron obtener un identikit de Laurena, diciendo que "tenía una altura de 1,70 metros, era ágil y esbelto y tenía un acento norteño o de algún país limítrofe".

Con todos esos datos, la policía emitió el siguiente comunicado: "La policía de Buenos Aires solicita al vecindario, en caso de observarse circular por las arterias de la zona a personas cuyas características fisonómicas guarden similitud con dicha imagen, se dé de inmediato aviso telefónico a la dependencia más cercana".

Varias veces agentes policiales femeninas fueron usadas como carnada para atraparlo, ya sea usando pelucas o tomando sol en algunas terrazas, pero el asesino nunca cayó en las trampas y seguía con sus violaciones y crímenes.

Sin embargo, el final acechaba y tuvo su llegada el 27 de febrero de 1975, cuando salió de su casa (sobre la avenida Tomkinson) y en una propiedad de San isidro, vió como un grupo de niñas nadaba en una piscina de la casa, la madre de una de éstas vió a Laureana en la ligustrina, llamó a su jardinero, quien increpó al asesino que escapó hacia la calle Juan Fernández.

El tiro del final

Durante el escape Laureana es visto por efectivos policiales, quienes le dan la voz de alto, cuando parecía sacar su documento de identidad, lo que hizo fue sacar una pistola calibre 7,65 de su bolso y comenzó a dispararle a los efectivos, en este intercambio de proyectiles, el asesino es herido en el hombro y escapó corriendo.

El charco de sangre llevó a los agentes del ordena hasta la calle Esnaola al 600, donde el casero de de esa vivienda, llamado Carlos Sandoval, salió corriendo a la calle para decirle a los policías que su perra Rina estaba ladrando con tintes nerviosos en la zona del gallinero del lugar, sitio donde los efectivos ingresaron rápidamente.

La perra Rina ayudó a la policía a encontrar al asesino (Archivo).

El galpón fue rodeado por la policía, quien le gritó a Laureana que se entregara de manera pacífica, sin embargo, el violador hizo caso omiso a esto y comenzó un feroz tiroteo que cesó a los pocos minutos. Cuando ingresó la policía, el cuerpo de Laureana fue hallado acribillado a balazos y con los ojos abiertos.

En tanto, el Fiat 600 fue encontrado por los investigadores a escasas cuadras del tiroteo, y un dato relevante es que el asesino cometía sus violaciones y crímenes sin documentos, tuvieron que identificarlo a través de sus huellas digitales.

Francisco Laureana fue acribillado en este gallinero (Archivo).

Tras la posterior identificación de Laureana, dos de las víctimas sexuales que quedaron vivas más la otra persona que había realizado el identikit, concurrieron a la morgue judicial de San Isidro para identificar al asesino, y todos concordaron de que era Laureana por sus rasgos físicos.

Finalmente, se llevaron a cabo dos allanamientos: una de ellas en la localidad de Virreyes (donde vivían la hermana y madre del violador) y la segunda donde vivía, en donde hallaron todos los "botines de guerra" dentro de una bota, que les había robado a sus víctimas de turno.

Paradójicamente, tanto su hermana y madre, como su mujer, descreyeron que Francisco Laureana fuera el violador y asesino que era buscado por la policía bonaerense, y que tras su muerte, es considerado como uno de los peores asesinos seriales de nuestro país.

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