Por Mariano Cerrato 
@MarianoDCerrato 

“Viniendo de familia militar y estudiando una carrera de sanidad era una cosa natural que estando nuestros compañeros peleando en el frente nos hubiéramos ofrecido para ir a Malvinas, resaltó a “Crónica” Silvia Barrera (61 años). 

Instrumentadora quirúrgica del Hospital Militar e hija de un Suboficial del Ejército, resolvió a sus jóvenes 23 años partir junto a un grupo de cinco compañeras de la misma profesión a acompañar al Ejército en la Guerra de Malvinas

Parte del grupo de profesionales de la salud que viajó a Malvinas.

“Fuimos pioneras”, enfatiza, al haber sido parte de un conjunto de 16 mujeres argentinas que estuvieron presentes en el conflicto bélico, entre enfermeras, radio operadoras, personas de la marina mercante y de la aeronáutica, que enfrentaron el desafío de superar los prejuicios que, en pleno 1982, existían contra ellas

En diálogo con este diario, Barrera repasó el contexto de la época, los obstáculos que tuvo que superar y la adaptación que padeció para poder estar presente en la guerra contra Reino Unido para luchar por Malvinas y las Islas del Atlántico Sur. 

Los inconvenientes de entrada 

“Éramos las primeras mujeres que los hombres veían vestidas de verde en la Fuerza, por lo que en un principio no querían mucho nuestro ingreso”, señaló Barrera. 

Firme en sus convicciones de ir a Malvinas, pidió poder ir junto al Ejército como instrumentadora quirúrgica a ayudar a los soldados, pero en un principio, la respuesta fue negativa, ya que “la orden era que no había mujeres adentro de la fuerza”

Finalmente, la posibilidad de viajar le saldría dos meses después, ya en plena guerra. No tardaría en tomar la decisión, que tendría como consecuencias en su vida personal “terminar una relación” con su novio en aquel entonces, quien no quería que fuera a la guerra. 

La adaptación 

Un 7 de junio Barrera llegaría a Río Gallegos para sumarse al Ejército. Sin embargo, los inconvenientes no terminarían ahí para ella y el grupo de instrumentadoras quirúrgicas con el que fue, debido a la falta de organización de la que fueron víctimas. 

“Nos mandaron a Puerto Argentino porque nos necesitaban, pero no nos dieron grado militar, entonces nosotras fuimos como civiles. No teníamos instrucción militar tampoco. Con los hombres en contra, sin avisar que íbamos, así pasamos una serie de problemas”, sostuvo. 

En las Islas, las mujeres atendieron a los soldados argentinos. 

En un primer momento, a Barrera le tocó desempeñarse en el ARA Almirante Irízar, un rompehielos de la Armada que funcionaba como buque sanitario amarrado a metros del hospital de Puerto Argentino, del cual debían desembarcar para trabajar en tierra con el Ejército. 

Pero, al no ser reconocidas con grado militar, Silvia y sus compañeras que eran instrumentadoras quirúrgicas tuvieron que trabajar en otras tareas con el fin de ayudar, pese a no ser el campo para el que se habían preparado. 

“Empezamos nuestra tarea que en un principio fue más de camillera, de enfermera, y después recién a la noche cumplíamos con nuestro rol de instrumentadora. Allá nos tocó llevar adelante un montón de roles a los que nos estábamos acostumbradas, en un ambiente también complicado”, resaltó. 

En ese sentido, Barrera hizo hincapié en quecuando vos recibís los heridos, no es lo mismo que cuando estás en tu quirófano en tierra. Lo anormal era el contexto, tener que hacer las cirugías con el movimiento del barco, que se caía todo. Tener que escuchar los gritos de dolor, son cosas que más te marcan”

El dolor tras la rendición 

Tras pasar 10 días en el archipiélago, un 18 de junio de 1982 Reino Unido autoriza el regreso del ejército al continente, una fecha que Barrera recuerda con “impotencia”, después de tanto sacrificio para intentar recuperar las islas

Cuando supimos que la guerra no iba a continuar fue un shock terrible, porque en un principio no sabíamos si se iba a retomar o era definitivo. Cuando supimos que era definitivo, fue una sensación de impotencia, al pensar en todos los soldados que pelearon tan valientemente”, remarcó. 

Barrera es la mujer más condecorada de las Fuerzas Armadas.

Sobre esta línea, lamentó que cuando les tocó regresar, si bien en su caso pudo retomar sus tareas en el Hospital Militar, hubo quienes “perdieron sus trabajos” y que en Argentina “se hablaba más del mundial 82 que se perdió que de la Guerra”, por lo cual “fuimos silenciados, por lo menos por 10 años”. 

El legado

Para Barrera, la guerra de Malvinas “no fue en vano” y permitió que el país pudiera “visibilizar la causa ante el mundo”. "Cuando yo era chica, las Malvinas eran unas islitas que tenían los ingleses y había que recuperar. Por eso, la muerte de nuestros soldados no fue en vano, sirvió para visibilizar Malvinas y creo que en un futuro cuando se estudie en las escuelas se van a conocer nuestras y eso va a permitir mantener vivo el interés por Malvinas, que son nuestras”, destacó. 

Por su parte, enfatizó que el rol que ocupó junto con el grupo de mujeres que estuvo presente en Malvinas permitió “abrir puertas” y entrega su vida hoy a dar charlas en la que habla sobre el rol de la mujer en el Ejército Argentino. 

“Doy charlas en los colegios, en los hospitales militares, a las enfermeras y quirúrgicas, en donde se resalta el papel de la mujer y cómo se va avanzando cada vez más dentro de las Fuerzas Armadas. Haciendo conocer que hay un montón de carreras que pueden estudiar, dar un futuro y si son mujeres pueden avanzar a la par de los hombres”, contó. 

La vida tras la guerra 

Hoy Barrera tiene una gran familia compuesta por su marido, a quien conoció tres años después de Malvinas y con quien tuvo cuatro hijos, además de ya contar con un nieto. 

Radicada desde hace 35 años en San Isidro, donde la semana pasada fue reconocida como “Ciudadana Ilustre”, afirma que la guerra le dejó como enseñanza la motivación de seguir capacitándose, lo que la llevó a ser hoy la encargada de “Ceremonial y Protocolo” en el Hospital Militar Central. 

“Cada persona tiene un sentido de la resiliencia distinto. Yo soy muy resiliente y después de Malvinas aprendí a manejar, compré mi auto, me manejo sola por todos lados, los acostumbré a mis hijos a que sean igual independientes”, sintetizó la mujer, quien hizo de la dura experiencia de la guerra un gran aprendizaje.