@RFilighera

Una Cenicienta de los tiempos devenidos en modernidad que pudo plasmar todos aquellos sueños y quimeras, una Cenicienta que se consagró, artísticamente, a la gente y que el público la supo ungir, devoción mediante, en “Santa Gilda”. Así fue, probablemente, la cantante del universo tropical-romántico con mayor convocatoria y cuya vida y carrera,
tronchada en su momento más sublime, la ubicaron como quizás ella como nunca se lo imaginó.


Precisamente hoy se cumplen 24 años de aquel fatídico accidente ocurrido en el kilómetro 129 de la Ruta Nacional 12, cuando se dirigía al norte de la provincia de Entre Ríos. Como se recordará, un camión embistió al autobús donde viajaba, falleciendo junto a su madre, su hija mayor, tres de sus músicos y el chofer del ómnibus. A partir de este doloroso acontecimiento, la leyenda y el mito sobre la cantante empezaron a gestarse de manera contundente, a tal punto que desde antes de su muerte muchos fanáticos le atribuían la condición de santa popular ya que sostenían, de manera enfática, que había realizado varios milagros. A su vez, existe un santuario en su honor en el lugar donde ocurrió el accidente fatal, en el cual se conserva también la estructura del ómnibus en el que viajaba la cantante.


Sus restos están sepultados en la tumba Nº 3635 de la galería 24, en el cementerio de la Chacarita de la ciudad de Buenos Aires, y el lugar es motivo de permanente peregrinación y tributo.


En homenaje a Rita Hayworth


Miriam Alejandra Bianchi -tal su verdadero nombre- nació el 11 de octubre de 1961, aunque siempre fue llamada con el nombre de Gilda, en homenaje al personaje de femme fatal que la actriz Rita Hayworth inmortalizó en el mundo del cine, y fue una chica muy querida y respetada en el barrio de Villa Devoto. Con un gran poder de aprendizaje, la nena comenzó a leer a los cuatro años y, a partir de esta circunstancia, sus padres decidieron anotarla para la escuela primaria. En esos tiempos conoció a otro chico, Toti Giménez, quien mucho tiempo después se iba a convertir en socio musical y también en el gran amor de su vida.

En definitiva, las grandes sorpresas y misterios de la vida: a los 8 años, Toti concurría a tomar clases particulares de piano y canto con Tita, precisamente, la mamá de Gilda. Por esas cosas del destino, esos chicos dejaron de verse, aunque 25 años después volvieron a reencontrarse arriba de un colectivo y empezó a construirse, entonces, una relación de amor que marcó profundamente a ambos protagonistas.

Y volviendo hacia atrás, mientras se encontraba cursando la escuela primaria, el padre de Gilda se enfermó y luchó contra una enfermedad irreversible durante siete años. Al morir su progenitor, el panorama en la casa de los Bianchi se hizo muy problemático. La situación económica se presentaba, ante este panorama, cada vez más dificultosa.

Así dadas las cosas, en las horas de la mañana, Gilda estudiaba y a la tarde-noche trabajaba. El esfuerzo y la constancia se le presentaban a Gilda con grandes desafíos. Aquella muchacha no tenía, prácticamente, descanso; al regresar del trabajo lo hacía raudamente para llegar a su casa y así poder estudiar para el día siguiente.


Maestra de colegio de monjas


En tanto, el misterioso universo fue generando sorpresas de todo tipo. Miriam se casó a los 18 años y un año después nació Mariel, en tanto, Fabricio vio la luz tres años después. Se dan cita, en consecuencia, otras responsabilidades que aquella muchacha, laboriosa y sacrificada, asumió en el seno de su propio hogar. A todo esto, su sueño de poder convertirse en azafata y pediatra iban a quedar relegados a la vera del camino.


Y en ese ir y venir de diferentes situaciones como las que le ocurren al inolvidable personaje de Julie Andrews en el recordado filme “La novicia rebelde”, Miriam se desempeña, por ese entonces, como maestra en un colegio de monjas y se encarga de organizar los eventos especiales, en los que también cantaba. A todo esto, Miriam creía que tenía la vida organizada con este panorama y, en consecuencia, iba a seguir en el trayecto que la vida le iba marcando.

Mariel y Fabricio, sus hijos.


Un gran reencuentro


Por esas circunstancias del destino, universo mediante (creer o reventar) un determinado día Miriam se encuentra en el colectivo con aquel chico que 25 años antes había mantenido una bella relación de amistad. En ese trayecto, ambos se miraron, hubo algunos segundos de duda y, luego, Miriam y Toti decidieron hablarse. La historia de la Cenicienta y su
príncipe encantado había comenzado a tener movimiento.

A todo esto, Toti Giménez se desenvolvía como pianista y cantaba en el coro del Teatro Colón. Además, al enterarse de que Toti, a su vez, era músico del emblemático Ricky Maravilla, ella se sorprendió e inconscientemente empezó a jugar con la fantasía, seguramente, de muchos sueños. Ella lo invitó a uno de sus festivales del colegio y él se maravilló con la voz y la entonación de su gran amiga.

Aquella muchacha ni se había imaginado que su vida iba a tener un giro de 180 grados. No pensaba, ni en sueños, en convertirse en cantante profesional y menos aún que este camino se convertiría en su vocación y gran oficio. Entonces, grabó un demo con Toti y la vida empezó a generar otros rumbos. 

Las monjas, al tomar conocimiento de sus nuevas inquietudes, la conminaron a elegir entre su trabajo y estos nuevos proyectos. Eligió, entonces, la música; paralelamente, su matrimonio empezó a tener fisuras y, entonces, se divorció.

Con Toti Giménez, socio de la vida.


Camino a la fama

Este será el puntapié inicial de Gilda junto a su socio, el gran compañero y amigo de la infancia Toti Giménez. Y tanto fue el cántaro a la fuente, que en 1993 se dio su primera grabación, titulada “Gilda, de corazón a corazón” y un año después “Gilda, la única”, e inmediatamente, “Pasito a pasito”, y posteriormente, “Corazón valiente”.

¿El destino había jugado una carta impensada en el camino de Gilda? Lo concreto y real es que se le presentaron a Gilda giras por todo el país, y también a nivel internacional.

De esta manera, Toti fue el encargado de encaminar su carrera en lo concerniente a contratos y acuerdos para concretar las grabaciones de Gilda. Ella se lanzó como solista y consiguió así poder ingresar como artista de las compañías discográficas, en el mundo de la música tropical-romántica, que por entonces era exclusivo para voces masculinas o mujeres
voluptuosas.

Gilda rompió con la dinámica y se impuso en terrenos profesionales atípicos. Sin embargo, luego, la mueca trágica del destino le cortó, a los 34 años, la posibilidad de continuar trascendiendo a una de nuestras intérpretes de mayor consideración en la estima y el
reconocimiento del público. Pero desde el cielo, siguió siendo la querida Gilda, la inolvidable Gilda, nuestra venerada Santa Gilda.